Claro

Oscuro

El drama de la libertad política colectiva consiste en que solo toma vida en el sentimiento íntimo de los pueblos cuando el factor que la reprime es extranjero. Si la represión de la libertad política se lleva a cabo de modo sistemático por una minoría organizada en torno a un dictador nacional, o a un concierto de oligarcas regionales, la inmensa mayoría de la población no sólo deja de apreciarla como valor, sino que la confunde con la liberación de obstáculos a las ambiciones nacionalistas o con el modo de llegar a situaciones más próximas a la igualdad social.

La pregunta de Lenin, “libertad, ¿para qué?“, presupone una idea instrumental de la libertad política, una noción vulgar de la misma, en tanto que idea utilitaria al servicio de fines sociales o económico. Apartada de su valor ontológico y cultural; identificada con el poder de acción de los gobiernos y con el sentido práctico de las masas seguidoras de cualquier tipo de poder; la libertad política quedó excluida del patrimonio cultural de los Estados de Partidos, porque éstos aceptaron, sin beneficio de inventario, la herencia de la libertad instrumental de las dictaduras. Sin ruptura democrática no pudo entrar el viento libre de la libertad en el viciado círculo de las libertades instrumentalizadas.

La tragedia de la libertad instrumental está en que las querellas de reparto, a las que apacigua originalmente, se exacerban sobre todo en las épocas de mejor estar social y de enriquecimiento económico. Y las corrupciones compensan las injusticias de los repartos de la libertad. Una tragedia moral no exenta de paradoja, pues son los gobiernos de mayorías, el sector de votantes menos favorecido, los que protegen, dan poder y enriquecen a minorías empresariales y mediáticas. Una prueba experimental de que los conflictos sociales no son el problema político que resuelve la libertad.

Es triste, pero indiscutible, una observación en el mercado de las ideas, que debería ser bastante para desacreditar la concepción de la libertad como medio de enriquecimiento, sea económico o cultural. El mercado del libro, los grandes medios de comunicación justifican la libertad de expresión instrumental, la libertad como medio de negocio cultural, porque ha permitido el acceso de miles de millones de personas al conocimiento de grandes temas que antes eran coto de pequeñísimas minorías intelectuales. Esto es absolutamente falso. Si hoy irrumpiera por primera vez en el mercado “L’Esprit des Lois“ (Montesquieu), sería milagroso que alcanzara la venta de 30 mil ejemplares que tuvo cuando apareció en el XVIII. Salvo en materias científicas, la libertad instrumental hace retroceder el conocimiento y el gusto por las obras de alta cultura.

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