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Oscuro

Señores Acebes y Rajoy El desacato a la inteligencia y la obediencia a los instintos de poder constituyen las normas de conducta de la clase partidocrática. Si la fuerza, llamada por Gramsci dictadura, reside en el Estado, el equilibrio de fuerzas estatales se mantiene: Zapatero conserva la del Gobierno, merced a la hegemonía del PSOE en la sociedad de votantes, mientras el Partido Popular continúa en la reserva, aquilatando su condición de segundo beneficiario estatal.   Las rebeliones internas de un grupo con afán de dominio provienen del temor a la inseguridad vital o del miedo a perder la condición habitual de una vida privilegiada. Rajoy, con el aumento de votos y escaños de su fuerza política, no ha alterado la manera de vivir del grupo, ni, por tanto, su manera de pensar; y está dispuesto, tal como la Naturaleza, a proceder con derroche por tercera vez.   En cualquier caso, siguiendo a Max Weber, la probabilidad de que Rajoy, en su partido y en el ámbito social de la derecha, esté en condiciones de imponer su voluntad a pesar de la resistencia o independientemente del fundamento de esa probabilidad, define el poder de este jefe de partido estatal, que tiene una inmensa capacidad para producir efectos queridos y previstos en otras personas. Si el organismo humano requiere padecer alguna enfermedad con el fin de equilibrar sus funciones, la robusta ortodoxia de los partidos ya no tiene necesidad de herejías. El patriotismo de partido domina la sociedad civil, haciendo creer a los votantes que los medros y solidaridades del partido son los suyos propios.   En un medio cultural como el de nuestra sociedad, tan refractario al conocimiento, donde la verdad resulta incompatible con el discurso público, las siguientes palabras de Jefferson, aplicadas a España, describen lo notorio: "La dependencia engendra servilismo y banalidad, sofoca el germen de la virtud y prepara las herramientas adecuadas para los designios de la ambición".   Pico de la Mirandola, sostenía en De dignitate hominis, que Dios había otorgado al hombre la libertad, o sea, la posibilidad de elegir su propio destino, y de volverse bestia o ángel. La dignidad colectiva exige la conquista de la democracia para volvernos hombres libres.

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