Los votantes en las pasadas elecciones generales del 9 de marzo suponían que estaban “escogiendo” al presidente del gobierno de la nación política. Era y es una convicción “generalísima” entre el “electorado”. Pero, en realidad, las “elecciones generales” no eran para elegir a un presidente del gobierno. Es sorprendente, mas es así. Los que designan al presidente del gobierno de España son los diputados del Congreso. Tal es la legalidad constitucional vigente: se erige un parlamento con la función única de nombrar al jefe del partido con más “escaños”. Esta “mala costumbre”, en la rara hipótesis de una conjunción de partidos nacionalistas -vascos, catalanes, gallegos, canarios- que alcanzara algún día la cantidad de 169 diputados, podría conllevar que éstos nombrasen, sin mayores problemas legales, un presidente del gobierno de España. Todos los partidos políticos estatales, insisten vanamente en que los votantes “voluntarios” eligieron el “proyecto” o el “programa“de un partido determinado. Obviamente no es así. Es una ilusión post-electoral más. Todo el mundo sabe que se votó “Rajoy o Zapatero” y que éste último, debido a la ley electoral proporcional, consiguió un mayor número de diputados que el primero; y ese mismo día, el presidente del gobierno fue escogido. ¿Qué sentido tiene que los congresistas del Legislativo voten ahora la “investidura” del presidente del gobierno? ¿No lo había elegido ya el soberano pueblo español el 9 de marzo? Si los diputados asignados al Parlamento solamente tienen la función de votar a su jefe de partido. ¿No es la llamada “investidura” una “auto- investidura”? Pero eso supone la evidencia de que el Parlamento no ejerce su función de representar al pueblo para hacer las leyes y controlar al poder ejecutivo. Franco era más coherente. Él era jefe del Estado y cabeza del Gobierno por la “gracia de Dios” y no por “la gracia de sus procuradores”. Señores Zapatero y Rajoy (foto: sagabardon)
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