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Manuel Fraga (foto: José Antonio García)  Las adherencias franquistas del régimen actual son evidentes. En la jefatura del Estado, en el carácter antidemocrático de las instituciones y en la impronta de los partidos políticos dominantes. Semejante podredumbre resulta indisimulable con la presencia pública de Fraga. La trayectoria posfascista de este violador de los derechos humanos ha sido determinante en el devenir de la derecha estatal. Fundó el Partido Popular, designó al que sería presidente del Gobierno durante ocho años, y gobernó hasta hace poco la autonomía gallega.   A pesar de su inclinación por la reforma política en la transición, nunca se ha empeñado seriamente en la reforma de sí mismo. Alejado de cualquier arrepentimiento, siempre se ha jactado de su destacada participación en la dictadura. En la apología del franquismo, Pio Moa no deja de ser un advenedizo: Fraga es el campeón.   El propio Fraga advirtió que su figura era impresentable, y que debía dar paso a un pupilo que pudiera sobrepasar su techo electoral. Tras el fallido experimento de Hernández Mancha, le cedió las riendas del partido a un nuevo aspirante al poder. Más tarde, Aznar, tal como hizo su mentor y tutor, alzó el pulgar para designar a Rajoy. Éste ha levantado fundadas sospechas acerca de su incapacidad para ganar a Zapatero, despertando las ambiciones de Esperanza Aguirre y su entorno mediático, a lo que Fraga ha respondido: “debe callarse de una vez”.   El ex ministro de la dictadura hubiera sido el espécimen requerido por Adorno para sus observaciones sobre la personalidad autoritaria. Reverencia la sumisión a los que detentan el poder; desprecia a los inferiores jerárquicos; reacciona con gran intensidad ante todos los aspectos de la realidad que atañen a las relaciones de dominio; se refugia en el orden interno del partido de manera inflexible; su forma de pensar y comportarse obedece a estereotipos; y tiende a aceptar todas las convenciones del grupo social al que pertenece.   No es extraño que mande callar a la Sra. Aguirre (ahora no puede ordenar que rapen a las mujeres) el que se ha aposentado en la Monarquía de partidos mediante un pacto de silencio sobre ese tenebroso pasado que tanto le concierne.

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