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La crisis del partido popular está revelando la crisis del sistema establecido. Las palabras del rey reconociendo que el partido socialista es su favorito con sus elogios al Sr. Rodríguez Zapatero han dado un giro inesperado a la situación echando más leña al fuego. Nadie podrá dudar ya de quién es el director de la orquesta y que la operación emprendida por el Sr. Rajoy no tiene otro objeto que domesticar a su partido a satisfacción del consenso. Quizá con la esperanza, o la promesa, de que, una vez conseguido, podrá turnarse con el Sr. Rodríguez Zapatero a lo Cánovas y Sagasta.   También parece que empieza a estar claro el objetivo final de la Instauración. ¿Se trata del problema de la sucesión? El Sr. Rodríguez Zapatero, ha dicho el Monarca, “sabe muy bien hacia qué dirección va y por qué y para qué hace las cosas”.   Por las trazas, el objetivo es disolver la Nación Histórica, en sí misma una suerte de mineral compacto, la conciencia de los españoles de formar una Nación, organizándola en pequeños semi-Estados Autonómicos rivales, reduciendo el Estado a una oficina de registro, archivo e intercambios. Eso le daría una función a la Monarquía, que podría hacer de relaciones públicas entre ellas y mediar en sus disputas. Al mismo tiempo, la haría indispensable. Puede parecer absurdo, pero a juzgar por los datos es lo que hay.   Las Naciones Históricas son muy peligrosas para las Monarquías si se toman en serio lo de que la soberanía le corresponde a la Nación. La Asamblea de Frankfurt de 1848 le ofreció la corona imperial de Alemania a Guillermo IV de Prusia. Pero Guillermo, bien aconsejado, puso como condición ser investido por la gracia de Dios –por la voluntad de Dios- no de la Nación, a la que representaba la Asamblea. Como se sabe, al no acceder ésta, el rey de Prusia no aceptó el ofrecimiento. Bismarck hizo emperador a su sucesor utilizando la diplomacia y la fuerza.   Y es que, en último análisis, lo único que justifica a las Monarquías es el derecho divino de los reyes. En el fondo, las disputas constitucionales del siglo XX español se centraron también en quien debiera ser el soberano: ¿el Monarca o la Nación? Si la Nación es el titular de la soberanía la institución monárquica está siempre en peligro.   Esto parece ser lo que hay en el trasfondo de la “renovación” por Rajoy del partido popular, donde, velis nolis, quedan los mayores y más fuertes residuos más o menos organizados del legítimo sentimiento nacional.   Objetivamente, la operación tiene sin duda ese sentido. Si el Sr. Rajoy la lleva a cabo con éxito, la suerte está echada, por lo menos desde el punto de vista de los intereses de la Instauración. Si pierde, seguramente se fortalecería el sentimiento nacional, arrasado por el consenso.

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