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Una protonación heterodeterminada por España y Francia solicita un derecho de salida y de retorno a su libertad original. “El fuerismo es separatismo” decía Sabino Arana, ya que la recuperación de las “Leyes viejas” evidenciaría la capacidad de autolegislación propia de un pueblo libre frente a la vecina opresión estatal. “El sumo deseo de cada cosa, y el primero dado por la naturaleza es el de volver a su principio” (Dante); y si todos los principios tienen en sí algo de bondad de la cual las cosas pueden tomar su vitalidad y su fuerza primitiva, Euskadi es una nación cuya existencia se remonta a tiempos inmemoriales, y cuyos bravíos e indomables pobladores siempre han demostrado su amor a la independencia.   El hombre ha vivido siempre en el mito, en relación permanente con las tradiciones. El pasado del linaje espiritual y biológico de los vascos los emparenta con Túbal, nieto de Noé, creador del idioma (euskera) la ley (fuero) y la religión (monoteísmo precristiano). En 1845 un escritor vasco-francés, Joseph Augustín Chaho, escribe “La leyenda de Aitor”, el patriarca y dios del antiguo pueblo vasco que tuvo siete hijos que crearon las siete provincias de Euskal Herria. La leyenda de Túbal legitimaba la defensa del sistema foral en el seno de la monarquía hispánica hasta el siglo XVIII; la de Aitor, en pleno romanticismo, daba curso a las reivindicaciones nacionalistas.   Las capas dominantes del País Vasco, asentadas desde antiguo, apelan a una autoctonía asociada a un legitimismo étnico-social, a una autenticidad  cuya idea subyacente es la supremacía del origen sobre lo derivado. A esos vascos de pura cepa se dirige “la llamada a decidir” del lehendakari sobre el primigenio derecho que les asiste para vivir conforme a sus leyes. Aunque la vicepresidenta De la Vega garantiza que “no habrá referéndum ilegal” porque el Estado “no admite desafíos”, Ibarreche afirma que lo que está haciendo “es dar paso a paso, ya que si en esta vida subes las escaleras de dos en dos, corres el peligro de caerte”.   La Historia quita u ofrece al hombre la ocasión de obrar virtuosamente; a veces suscita o destruye a su arbitrio las voluntades humanas, o bien perfila un designio que los hombres pueden secundar, pero no impedir. Los nacionalistas creen que la trama del derecho a la autodeterminación puede seguir tejiéndose, pero no romperse.   Señor Ibarreche (foto: Jesús Mª Ezquerra)

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