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Zapatero (foto: Jaime de Urgell) La socialdemocracia justificó su existencia en las mejoras que se podrían introducir en la sociedad con el ejercicio del poder o su condicionamiento parlamentario. Los partidos socialistas que renegaron del marxismo, al tener como fuente de legitimidad ideológica la posibilidad de atemperar la ferocidad del capitalismo tomando las riendas políticas, presentaron su modelo social como lo menos malo entre el colectivismo que cercena las clases y la lucha que establecen éstas en el mercado.   Esa adopción del mal menor surca la trayectoria histórica del PSOE, no solo para asumir la fatalidad de su proceso de adaptación al carácter regresivo del movimiento obrero dentro de un capitalismo cuyo desarrollo especulativo fomentará e idolatrará desde el Gobierno “carismático” de González (monetarismo desenfrenado, exhibicionismo de la beatiful people: esos nuevos ricos del “progresismo económico”) sino también para justificar su oportunismo político en las dictaduras (Primo de Rivera) o en las transiciones de éstas a las oligarquías (abandono de la ruptura con el franquismo).   La predicación demagógica de la igualdad social con una disimulada carencia de libertad política constituye el evangelio europeísta de los partidos estatales socialdemócratas, cuya hegemonía continental es indiscutible, tras el desmoronamiento de los regímenes comunistas, y el papel secundario de los liberales. Pero ahora, la crisis financiera abre resquicios a la esperanza de elegir lo mejor y no conformarse con el menor mal, tal como profetizó Zapatero antes de encontrarse con Bush, encarnación de un capitalismo ante el que ha debido capitular provisionalmente, conforme a las tácticas de camuflaje propias de la socialdemocracia, para “dar la batalla” en el momento más propicio.   Entre la parafernalia de la Cumbre y las vagas declaraciones de intenciones que han salido de ella (estimular la economía, hacer más transparente el sistema financiero, etc…) resalta la inesperada coincidencia de Bush y Zapatero al rechazar las medidas proteccionistas que van contra el libre mercado. Pero esto no es más que “la astucia de la razón” socialdemócrata: quiere acelerar el hundimiento del capitalismo para organizar la sociedad desde el Estado, que, en manos de los partidos, es el más poderoso instrumento de corrupción.

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