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Felipe González (foto: Petezin) Nunca la verdad en la narración de los hechos ha sido tan incompatible con el discurso público como en esta era de propaganda donde la clase intelectual se parece cada vez más a la clase política con la que está imbricada. Desprovistos de buena fe y de memoria de lo inmediato, ni siquiera les interesa la verdad en la mera descripción de lo notorio: los más simples datos se subordinan a los enrevesados juicios de valor.   Luis María Anson considera que Felipe González es “el hombre de Estado más importante del siglo XX español de la misma forma que Cánovas del Castillo lo fue en el XIX”, lo que justificaría el lamento de Gil de Biedma “La historia de España es la más triste porque siempre acaba mal”. El Fray Gerundio de Campazas de la sapiencia europeísta, nos vuelve a sumir en la paralizante perplejidad moral y mental de la confusión: “La Reina no dice lo que la periodista esa (Pilar Urbano), autora del libro, dice que dice. Y tampoco lo piensa”. Con esas palabras, dichas en una entrevista televisiva donde “derrochó sentido común, templanza y excelente información” “González se ha puesto al lado de la verdad y de la justicia”, proclama Anson en uno de sus habituales raptos de pasión monárquica.   Pero el sentido común es apartado del vigente paradigma cultural que nos disuade de entrar en áreas de conocimiento reservadas a expertos (como los tecnócratas financieros o los “hombres de Estado”), a la vez que nos incita, con demagogia, a participar en la política, precisamente la materia que requiere más información y razonamiento, y donde, empero, resulta más evidente la manipulación del lenguaje y de los acontecimientos para disimular la falta de escrúpulos.   Para unirse en la democracia, tanto la libertad como la verdad han de atravesar el desfiladero que hay entre la Escila que ve en los hechos políticos el resultado de algún desarrollo necesario que los hombres no pueden evitar y la Caribdis que los ignora, los deforma o trata de borrarlos del mundo. En el “Filoctetes” de Sófocles, Neoptólemo, a quien Ulises había persuadido para que mintiese, rehúso hacerlo a causa del noble placer de decir la verdad. Y cuando todos mienten acerca de todo lo importante, el hombre veraz, sea consciente o no de ello, ya ha empezado a actuar y a comprometerse en los asuntos públicos.

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