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El manifiesto fundacional de la organización “Innovación democrática”, presidida por don José María Montoto, ofrece un ejemplo insuperable de cómo la clarividencia en el diagnóstico de un problema no necesariamente entraña el conocimiento de los remedios adecuados, en el supuesto de que éstos existan. Y, más aun, es también un ejemplo de cómo la "naiveté", la creencia de que los problemas son solventables con dosis de buena voluntad o, en el mejor de los casos, con reformas institucionales que no atacan la raíz del problema –como si el cambio de vestidos supusiera un cambio de señores- amenaza con distraer la atención del público hacia aspectos que en modo alguno ponen en peligro el señorío que se pretende cuestionar.   Logotipo del Partido Innovación Democrática El primer error del manifiesto consiste en exponer, cual producto de un desarrollo contingente, que bien podría haber tenido otro desenlace, el hecho de que “en el tiempo que lleva funcionando en España la democracia, los partidos políticos han ido secuestrando poco a poco la soberanía al ciudadano mediante un sistema excesivamente rígido de representación, de disciplina de voto, de incomunicación entre elector y elegido, de listas cerradas y bloqueadas y, sobre todo, de funcionamiento interno nada democrático, confundiendo la forma con el fondo y los medios con los fines”. Frente a esta confusión entre causa y consecuencia, no menor que la confusión entre forma, fondo, medios y fines, a la que se alude en el manifiesto, es imprescindible señalar que no son los partidos los que han perpetrado ese secuestro por propia y soberana decisión, en el marco de un sistema en el que las cosas podrían haber transcurrido de otra manera. El secuestro al que el manifiesto alude no es un golpe de Estado sobrevenido sino el producto necesario e inevitable de un sistema de listas con representación proporcional, que sujeta al diputado a su jefe de filas mucho antes que a un elector al que no representa. Una vez adoptado este proceder, nada cambia el hecho de que el funcionamiento interno de los partidos no sea democrático. En los Estados de masas, con el derecho de sufragio universalizado, los partidos han devenido en maquinarias jerarquizadas con la disciplina como fundamento constitutivo: lo exige el hecho insoslayable de tener como destinatario de sus mensajes a la entera comunidad nacional. No pueden funcionar democráticamente. Por utilizar una expresión de la moderna jerga publicitaria, “la integridad del mensaje” impele, de manera irremisible, a adoptar modos de actuación que acercan a los partidos políticos o los asimilan a un ejército o a una iglesia. CB. Macpherson y, antes, Robert Michels, no hablaron en vano. Jamás una sabia lección ha sido tan lastimosamente desoída al tiempo que sus maestros eran tan vanamente alabados.

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