Claro

Oscuro

Revolución también significa dar un giro completo hasta llegar a la posición inicial. En este sentido, la palabra es propia del movimiento de los astros, pero no pocas veces tal cosa sucede en la historia que, añadiendo la línea temporal como eje, toma la apariencia de unas desiguales hélices cónicas; aunque el caso que voy a referir bien pudiera resultar más pendular que circular.   El Gobierno del PSOE-Zapatero ha insistido en el origen exterior de la crisis financiero-económica que padecemos, sin admitir su trágica virulencia aquí, insinuando a los españoles que la solución pasa por el consumo preferente de los productos nacionales. Sin desviarme del asunto, no me resisto a comentar que jamás ha existido una recomendación semejante a los empresarios para contratar oriundos, mitigando así el problema del paro; sino más bien todo lo contrario, estimulando la simple reducción de costes laborales en los trabajos manuales, aumentando así el beneficio patronal (por no hablar de la merma de calidad), al facilitar la afluencia de inmigrantes hasta extremos inusuales.   Retomando la señalada recomendación gubernamental, ésta solamente tiene sentido si se sabe que el principal mercado para las empresas españolas continúa siendo el interno y que, además, ni siquiera son lo suficientemente competitivas. Enlazando con lo anterior, la citada reducción de costes laborales no ha servido para mucho más. Sorprende, también, comprobar que España es uno de los países de la UE donde más horas se trabaja y las vacaciones son más modestas. La receta de la reforma laboral con el aumento de la jornada es aquí disparatada.   Se trata de un problema de productividad que, cuando está tan extendido, no es un agregado individual sino algo estructural, lo que atañe a la preparación de los trabajadores, a los criterios de selección-jerarquización y a las infraestructuras, responsabilidades del Estado y de la propia dirección de las empresas; o sea, causas de índole sociopolítico.   Olvidándonos de la lucha partidista, que contagia la miopía congénita que sólo permite fijarnos en los diversos gobiernos, en vez de contemplar la única trayectoria estatal del posfranquismo; ya homologado el tejido productivo nacional a los intereses externos para ser admitidos en el club, cuando el futuro pasa por algo similar a la autarquía, se constata el rotundo fracaso de una Monarquía cuyo programa siempre ha girado en torno a las Comunidades Europeas y a la división autonómica, aspiraciones del capital financiero por el negocio internacional y de la clase política juancarlera por la multiplicación de los puestos de poder, pero jamás de la gran mayoría de los españoles; así como su mayor mérito, apuntándose el tanto del Estado providencia, lograr que éstos sean incapaces de percibirlo.

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