Claro

Oscuro

No obstante, idéntico achaque (*) en cuanto a la carencia de una teoría del Estado es imputable al socialismo, en la medida en que una ideología, por definición, y el socialismo o la socialdemocracia no son la excepción, no puede dejar de concebir el poder desde una perspectiva instrumental: un agente al servicio de designios previamente establecidos como justos o deseables.   En esta tesitura, cuestiones tales como la forma de estado o la forma de gobierno son accidentales. Y esto explica, tanto la tradicional tendencia a la transacción propia del socialismo español, como aconteció con los pactos con el régimen primorriverista, o bien su tendencia abiertamente golpista o revolucionaria como aconteció con la rama largocaballerista durante la Segunda República. Explica también la continua transacción que supone la llamada Transición.   Por eso son frecuentes las justificaciones de lo acontecido recurriendo al tópico según el cual lo accidental era la forma de estado y lo esencial la dicotomía dictadura/democracia. Huelga recordar que dicho planteamiento ignoraba intencionadamente la necesidad de un proceso constituyente como el propugnado por los llamados “rupturistas”: solo entonces tendríamos una Constitución democrática en la que cabría tanto la forma de estado monárquica como la republicana. No es exacto, por tanto, que la izquierda española provenga de una tradición republicana; si lo es que defendió la República solo cuando la amenaza golpista del general Franco y sus secuaces se hizo palpable.   A causa de estas deficiencias resulta extremadamente difícil plantear la discusión sobre la forma de estado, la forma de gobierno, la separación de poderes o la representatividad de los electores desde perspectivas ideológicamente marcadas. Un liberal sostendrá que lo esencial es la garantía de las libertades públicas, civiles y mercantiles: obtenidas estas, para un liberal tendrá un carácter puramente secundario la existencia o ausencia de democracia. Un socialista propenderá a considerar que la democracia, por si sola, no garantiza la justicia social o distributiva, y menos aun las libertades propias de los regímenes liberales.   Reducidas a un carácter accesorio y supeditado al objetivo ideológico fundamental, cualquier pacto es posible. El de los liberales con una dictadura militar como la de Augusto Pinochet. El de los socialistas con Primo de Rivera. Un liberal no podrá dejar de observar la democracia con la desconfianza propia de quien teme hallarse ante una nueva forma de tiranía respaldada por las masas; un socialista la mirará con el desdén que merece el llamado “Estado burgués de derecho”. La democracia puede aceptarse o rechazarse. Pero, para encontrarla, es imprescindible huir de la estrechez propia de los discursos ideológicos.

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