Claro

Oscuro

Jorge Papandreou, Presidente de la IS (foto: Parti socialiste) Desde un incomprensible “punto cero” acerca del cual podríamos debatir (o que podríamos silenciar) indefinidamente, la naturaleza se ha venido constituyendo a través de una progresiva diferenciación de su vida interior y exterior, a la vez que mediante una permanente consolidación de estructuras que han probado ser suficientemente aptas para la supervivencia. Esta creciente complejidad denota una capacidad, en la naturaleza, de “conservar el terreno ganado” (Rimbaud) y de abrirse flexiblemente a lo incierto y por venir. Podemos observarlo en la vida exterior e interior de todos los reinos naturales, pero sobre todo en el animal. Así, por ejemplo, nos maravillan las progresivas adaptaciones de la estructura ósea y la musculatura, cada vez más precisas y capaces de proveerse de lo necesario para un bienestar cada vez mayor, que acompañan tantas otras (sistema nervioso, funciones corporales). En lo que respecta a lo interior, quizá el lenguaje humano sea el área por antonomasia de observación de este gran fenómeno.   En el vasto proceso evolutivo de la vida siempre hay momentos en los que por muy diversas razones se da una tendencia a mezclar lo que ya había sido convenientemente diferenciado (regresión). Una diferenciación que, recordémoslo, fue en su día revolucionaria, novísima, y que por su propia fuerza logró consolidarse en su medio. Una de las mezclas susodichas es lo que en el mundo político se conoce como “socialdemocracia”. Un régimen que, amparándose en una supuesta ambición de igualdad social (que tampoco consigue), oblitera lo propiamente democrático: la libertad política.   De aquí surge una miríada de adaptaciones (políticas) menores condenadas de antemano al fracaso, como el conocido discurso de que la corrupción en la “democracia” es inevitable, o el de que lo que tenemos es mejorable (aunque, al tiempo, no mucho más, pues al fin y al cabo se trata nada menos que de democracia + lo social). Pero se olvida que la inteligencia natural de las cosas ha creado ya una voz mucho más exacta para definir un régimen semejante: oligarquía de partidos sembrada de demagogia, moralmente una vergüenza sin duda muy mejorable. Topamos, pues, con unas tinieblas en las que la confusión aspira a todavía a Ser mediante una voluntad de ocultar la solución clara y verdadera, relativizándolo todo.

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