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Los acontecimientos que durante la última década del siglo XX terminaron con la violenta fractura de la Yugoslavia ex socialista en sus seis repúblicas, antaño federadas, suelen conocerse en la moderna jerga geopolítica como “balcanización”. La deriva del nacionalismo periférico hacia el separatismo nos trajo la citada palabreja al caso español, popularizada por algunos políticos y periodistas, considerados como intelectuales, a cuyo frente hay que situar al polémico Pío Moa, que llegó a titular con ella un libro suyo. Más allá de la posibilidad de una convergencia final, no se acierta a vislumbrar ningún paralelismo histórico entre España y la extinta Yugoslavia; pero, sin detenernos en la poca fortuna del término, lo cierto es que el citado autor sigue allí plantado y, lo más curioso de todo, ha incorporado el evitar tan doloroso sesgo en su particular razonamiento para recomendar el voto en los refrendos vascos y gallegos celebrados ayer.   No se trata aquí de engrosar la antología del disparate a la hora de apreciar la realidad, sino de la falta de criterio en la inducción, etiquetando fraudulentamente los hechos conforme a sus prejuicios actuales sin la capacidad lógica para descubrir su flagrante contradicción, o en todo caso corrigiéndola retrospectivamente. Así Moa suele apreciar correctamente lo evidente —el Régimen actual se debe al Franquismo— para errar en todo lo demás mezclando propios con comunes y comunes con propios —como es “la Democracia”, y una democracia no puede provenir sin solución de continuidad de una dictadura, el franquismo no hubo de ser tal, sino tan solo un Régimen (sic) “autoritario” que hasta preparó el ejemplar tránsito y blablablá—. Desde esta capacidad de juicio, Moa recomienda votar a ciertos partidos para evitar la manida “balcanización”. Pues también acierta en que la disgregación de España puede depender en último término de la voluntad o la negligencia de los partidos estatales, resultando un hecho que en algunas autonomías la competencia electoral, y la particular aritmética del reparto de poder que impone el pacto fundacional del neofranquismo juancarlista, ya han conseguido levantar una barrera lingüística a las futuras generaciones, inestimable punto de apoyo para cualquier palanca separatista. Mas esto sólo es posible porque la unidad nacional no está asegurada constitucionalmente, dependiendo entonces del accidental dominio de unos u otros; pero, curiosamente, Don Pío no es contrario a la Constitución del 78, su verdadera e irredenta causa, sino un ferviente partidario de ella; y así, vótese a quien se vote, de la posibilidad de esta circunstancia.   O el Señor Moa tiene una grave carencia de lucidez, o bien no pretende solucionar definitivamente el trance que él mismo constata, seguramente temiendo quedarse sin un asunto tan dado a la pasional polémica en que él tan bien se desenvuelve.

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