Claro

Oscuro

  Hace siglo y medio, escribió Arthur Schopenhauer en su Parerga y Paralipomena:   Un ejemplo muy significativo de deformación mítica de la Historia con fines patrióticos nos lo ofrece el mundialmente famoso Cid, el español, glorificado por la tradición oral y las crónicas. […] Sin embargo, los escasos datos históricos sobre su figura nos lo presentan ciertamente como un caballero valiente y como un notable caudillo, pero también como un hombre muy cruel, desleal y fácilmente sobornable, sirviendo tan pronto a una parte, tan pronto a la otra, y más a menudo a los sarracenos que a los cristianos; como un mercenario, en definitiva.1   Como en el caso del Cid Campeador, el uso de los escasos documentos existentes sobre la figura del famoso conspirador Lope de Aguirre ha obedecido a fines políticos, toda vez que el célebre rebelde guipuzcoano, que llegó a reivindicar su alzamiento contra la Corona en una lúcida, irónica y furibunda carta dirigida al tiránico Felipe II (auténtico y pionero manifiesto de la futura independencia americana, tanto que algo más de doscientos años después el propio Simón Bolívar llegaría a recomendar su publicación en prensa como arenga revolucionaria), fue primero satanizado por los papagayos del imperio (especialmente por los clérigos, recelosos de las denuncias vertidas contra ellos en el mencionado escrito) y, más tarde, tanto por los monárquicos a ultranza (caso paradigmático el del historiador Emiliano Jos) como por los voceros del franquismo.   ¿Por qué esto último, sin duda decisivo a ojos del español contemporáneo? Porque, mediante la satanización del caído, buscó asociarse en el imaginario colectivo la frustrada rebelión de los marañones (así se conoce a los hombres que junto a Lope de Aguirre le declararon la guerra "a sangre y fuego" al emperador y a sus vasallos) con la recientemente fracasada república, al tiempo que a la aurora fascista de Franco con la sombra absolutista de Felipe II. Es decir, que la memoria de Lope de Aguirre fue sacrificada, por imperativo de Estado, en el altar del totalitarismo.               Lope de Aguirre,   antihéroe español     Carlos García Queimadelos         Pero ha de saber además el amable lector que, contrariamente a la creencia generalizada, o mejor dicho, ¡impuesta desde los poderes públicos!, el imperio español basó su desarrollo y consecuente prosperidad en la trata negrera. España importó, de hecho, el quíntuplo de esclavos (2.500.000) que los estadounidenses y aun tanto como la suma total que se deriva del número de africanos importados por los norteamericanos (500.000) y los ingleses (2.000.000) juntos. Y si estas cifras se sacan aquí a colación ello no se debe sino a que, más que su odio manifiesto a la Corona (por orgullo, Lope de Aguirre había sufrido presidio y destierro, siendo ya antes uno más de entre aquellos 6.500 vagabundos que se contabilizan sobre el total de 8.000 españoles que había en el Perú hacia 1560)2 fue el proyecto abolicionista de los marañones (pregonada empresa que puso en jaque los pilares del imperio) la razón que determinó el maltrato historiográfico de la memoria del guipuzcoano. Leemos en las crónicas sobra la jornada de El Dorado (ha de saber también el paciente lector que jamás persiguió Lope de Aguirre aquella quimera, sino que la rebelión que lideró en el seno de la célebre expedición fue consecuencia de un plan político largamente gestado, y no de un improvisado afán de pillaje):   Habian [los rebeldes] de pasar a Panamá sin ser sentidos. […] Allí decian que se les habian de juntar otros mil é más negros, á quien ellos habian de dar pasaje, armas y libertad.3   Y aunque Aguirre, que "traia en su campo quince ó veinte dellos [negros] con su Capitan General, á los cuales decia que eran libres, y que á todos los que se le juntasen habia de dar libertad; y hacíales tan buen tratamiento, y áun mejor, que á los españoles" 4, mordería el polvo sin ver cristalizado su sueño, es, a nuestros ojos repúblicos, libres de prejuicios, precisamente la enorme y constatada repercusión de su ejemplo (su nombre corrió como un reguero  de pólvora entre  la población     negra de Jamaica, Cuba y La Española: "Fue ésta rebelion de tanto sonido y estruendo en toda Tierra Firme y ducado de Veragua, con las islas de Santo Domingo y Cuba y Jamaica […] que todo lo puso en gran turbación y alboroto este tan atrevido y desatinado tirano"5), la causa más evidente de la inmediata (y finalmente prolongada en el tiempo) necesidad de enfangar su memoria, así como de tergiversar, en nombre del imperio, del rey, de la monarquía…, de la España racista, totalitaria y servil, en suma, los fines de su admirable y desgraciadamente desconocida acción política.         NOTAS   (1) Arthur Schopenhauer: El arte de insultar, 2ª ed., Madrid, Biblioteca Edaf, 2002, pág. 69.   (2) De sobra es sabido que la Corona, anticipando una característica costumbre nacional, nombraba a dedo a los cargos públicos que habrían de gestionar las colonias. Esto suponía que la mayor parte de los soldados partícipes en las campañas de conquista o poblamiento quedaban después abandonados a su suerte. Baste, para hacerse una idea, recordar que todavía en 1561 (año en que las autoridades imperiales sofocaron la rebelión marañona) los 396.866 indios tributarios de los 477 repartimientos que se contabilizaban entre el Virreinato del Perú y la Audiencia de Quito (Ecuador) estaban repartidos entre apenas 427 vecinos. Ver T. Hampe: Relación de los encomenderos y repartimientos del Perú en 1561, en Historia y Cultura, XII, 1979, págs. 75-81.   (3) Elena Mampel González y Neus Escandell Tur, editoras: Lope de Aguirre: Crónicas (1559-1561), relación de Toribio de Ortigueira, Barcelona, Editorial 7 ½, 1981, pág. 91.   (4) Ibid., relación de Francisco Vázquez y Pedro Arias de Almesto, pág. 260.   (5) Ibid., relación de Toribio de Ortigueira, pág. 152.   Ilustración: Felipe II, esculpido por Jacques Jonghelinck.

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