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Marlon Brando Belleza inteligente Ningún rostro humano puede ser de verdad bello si no expresa inteligencia clara y penetrante. Marlon Brando, prototipo de belleza masculina, denotaba ya en sus rasgos juveniles una madurez reflexiva, una concentración mental, una intuición del mundo social, bastante raras de ver en las guapuras del cine. Lo mismo sucede con la belleza artística. Todas las ideas que se puedan proponer sobre ella son tributarias de los tipos de belleza inteligente creados por las obras inmortales que jalonan la historia del arte. Pese a la inteligencia suprema atribuida sin fundamento científico a la Naturaleza, que desprecia la racionalidad y economía de sus inversiones en la creación de vida, no es la clarividencia la cualidad primordial que vemos en la belleza de un felino, una flor o una montaña. Mientras que no hay obra de arte genial que deje de transmitir inteligencia universal en la expresión de su belleza particular. Por eso, el gran arte no sólo es fuente de placer contemplativo, sino también una vía extraordinaria de conocimiento sentimental o racional del mundo y de las interioridades del alma.   La necesidad de lucidez en la belleza artística no se limita, como suele creerse, a la literatura y la música. También afecta a esas artes plásticas, como la escultura, el dibujo y la pintura, que parecen responder a emociones simples o primitivas, cuando en realidad sus bellezas emanan de la misma complejidad de los procesos mentales que crearon la Novena Sinfonía o Fausto. La inteligencia de la belleza artística proviene de sus invenciones racionales o intuitivas y se aprecia en la expansión universal de sus frutos emotivos. La aplicación de reglas técnicas al arte causa mayor claridad en las expresiones. El filtro racional de las intuiciones artísticas crea exquisita distinción en las inspiraciones. Y la eliminación de las huellas del trabajo de ensayo y error, como sucede en las bellezas de la Natura, otorga sencillez a las terminaciones. La razón del arte exige la razón en el arte. Degas, por ejemplo, buscó la excelencia inteligente de su obra seleccionando incluso la pureza de sus motivos de inspiración en la elegancia del caballo anglo-árabe en los hipódromos y en la gracia de hábiles bailarinas para la danza en su propio escenario. La inteligencia de sus dibujos, tan patente como en los de Leonardo o Durero, es inseparable de la belleza emotiva que nos procuran.

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