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México, hoy día, en la antesala de las próximas elecciones el 5 de julio, en las que se elegirán quinientos diputados federales, ayuntamientos, gobernadores de 7 estados, congresos locales y presidencias municipales, se halla inundada, no sólo en sus principales avenidas, también en los poblados más alejados que presentan falta de servicios, de publicidad electoral. Toda suerte de pancartas, pósters, folletos, anuncios espectaculares, videos en el transporte colectivo. Donde la imagen sonriente del candidato, avala los estratosféricos salarios de la prole política, y en muchos casos representan mayor erogación al erario público que en Estados Unidos.   A la par los 60 millones de pobres, casi la mitad de la población, ha obtenido en los últimos escoldos de esta caótica pseudo democracia el incremento al salario mínimo de un peso mexicano En contraste los partidos, no han escatimado en el uso marketinero, pernicioso y cínico de sus partidas económicas, en aras de agilizar el retroceso republicano. Más allá de la inopia política, la desvergüenza se deja ver en los slogans, que pretenden minimizar la condición crítica de la población ante la pérdida del poder adquisitivo, incremento sin ningún control de la llamada canasta básica y la falta de empleos.   Frases impresas a diferentes escalas ejemplifican la barbarie intelectual: “Por ley hay que alimentar a los más pobres” “Las mujeres deben ser respetadas “ o “Por ley todos deben tener Internet” es el artilugio con el que hemos llegado al límite del descaro. Por supuesto rostros conocidos, caras que de una elección a otra simplemente modifican su ascensión a otro puesto o su color (tricolor priista, blanquiazul panista, verde ecologista, etc) y nos dejan ver como se mueve la oligarquía partidista en este país, que no reviste por desgracia una memoria moral colectiva, si una histórica.   Los contendientes, tratan de entregar el mejor lado a la muchedumbre, acostumbrada al marasmo y la oferta de un intercambio comercial-político. El voto por una despensa, una pensión durante un año o asistencia gratuita en el parto, festivales masivos, acarreamiento de mercenarios del voto, amas de casa telenoveleras dispuestas a entregar su voto al candidato guapo. Siempre y cuando todo converja en un periodo electoral.   Si gastamos la palabra folclore, enfatizamos la precariedad del pueblo y la trasladamos al bote de basura; podríamos reescribir un Popol Vuh o un Chilam Balam donde la magia de nuestro folclore ancestral desnude la avaricia política, la ineptitud de estos o la eficacia de mentir a la ciudadanía. Esto es lo que en definitiva representan las campañas electorales en Mèxico, un folclorismo politiquero para obtener escaños, en los que paulatinamente los electores se darán cuenta que el candidato trampea y prostituye el emblemático concepto de la democracia para hacerlo participe de un utilitarismo exclusivamente personal y partidista.

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