Claro

Oscuro

Darwin suscitó una gran ansiedad entre los que veían en su teoría un severo cuestionamiento de la excepcionalidad de la especie y de su estabilidad irreversible. Las creaciones de Stevenson (Hyde o el doble) y de Stocker (Drácula) -encarnando el terror que provoca lo atávico o primitivo: algo de lo que no podemos desprendernos del todo, a pesar del progreso técnico y de la represión cultural- responden a una idea subyacente: lo que ha evolucionado puede también degenerar.

En Nosferatu o “el que nunca muere” sobrecoge lo sobrenatural por la ominosa esperanza de inmortalidad que representa el vampiro. Pero un mundo en el que una organización artificial garantizase la prolongación de la vida humana, más allá de los aplazamientos que la ciencia médica nos va consiguiendo, nos sumiría en una pesadilla sin fondo. La sobreabundancia y multiplicación de la vida tienen que desembocar en la muerte innumerable.

En la antigua Grecia hasta los dioses mismos se hallaban sometidos a la ley suprema de todo cuanto es, a la Moîra, al destino. Y así lo establece Anaximandro en una ley universal de génesis y destrucción: todo cuanto nace debe retornar al lugar de donde ha surgido. Y la física moderna dicta que toda energía inicial tiende a deslizarse hacia su propio fin, despidiendo irradiaciones, y por ende, calor, que es la forma inferior de la energía. La luz, al contrario de lo que podemos pensar en términos teológicos o poéticos, es la imagen misma de la entropía en su fase de degradación. El fin del mundo sería, según el principio de Clausius-Carnot la generalización del desorden entrópico, o sea, la muerte por asfixia interior o por homogeneidad. Pero a esto se opone lo heterogéneo (el principio de exclusión de Pauli) que explica la posibilidad de la vida en sí y de sus variadas formas.

La continuidad de la especie humana exige que sus individuos sean discontinuos. El hombre es mortal; y tal es su designación: thnétos; pero el pensamiento acerca de ello no impide vivir profunda y plenamente. Y para ello es esencial ser libre, que es nuestra distinción suprema con respecto a los demás seres vivos, y tener una libertad que sólo podemos alcanzar de manera colectiva, en la democracia, después de clavar una estaca afilada en el corazón de la oligarquía.

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