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Don Pedro J. Ramírez acaricia el cumplimiento de su más ambicioso objetivo: arrebatar a PRISA la hegemonía cultural y el adoctrinamiento ideológico dominante, superándola en lectores, beneficios y capacidad de intimidación. Desde la muerte de Polanco, que cañoneaba con “El País” a quien se atreviera a negarle algo, el desconcierto se ha adueñado de un grupo mediático acosado por sus acreedores. Cebrián y otros directivos, observan con una mezcla de impotencia y rabia cómo, tras el desplazamiento de la vieja guardia felipista (con la excepción de Fouché- Rubalcaba), Zapatero sintoniza con la emergente Mediapro y tiene una mayor disposición a favorecerla: TDT de pago.   Hace unos días, “El Mundo” culminó la celebración de sus veinte años de existencia con una cena a la que asistieron entre otros, los reyes, la vicepresidenta del Gobierno, el jefe del PP, y lo más granado del mundo empresarial: sólo faltaban Zapatero y Botín para componer “la foto del Régimen”. Sin apiadarse de los comensales, don Pedro J. les enjaretó un discurso que merece ser glosado.   Era casi imposible superar determinados engendros intelectuales -“una ruptura pactada”, “un rey republicano”-, pero el señor Ramírez llega a la cima de la inconsecuencia llamando “Monarquía Democrática” a lo que padecemos y definiendo el papel del titular de la misma, así: “Un Rey con poco poder y mucha influencia”. Este famoso director resalta “la complicidad y comprensión mutua” que han tenido muchos periodistas con la Corona, desde el inicio de la Transición, puesto que éstos, al no tener tampoco poder pero sí desear disponer de mucha influencia, se han dado cuenta de que “nadie como el Rey entiende lo difícil que es bregar para que te hagan caso cuando la capacidad de legislar, gobernar o juzgar la tienen otros”. Hasta ahora, sin embargo, jotear y borbonear no son actividades equiparables. Cuando se lo propone, Juan Carlos consigue lo que quiere: nombrar un ministro (Eduardo Serra), por ejemplo.   Don Pedro J. sigue vanagloriándose del papel decisivo que tuvo su periódico en el derrumbamiento del felipismo; y vuelve a situar la etapa de Suárez en un plano mitológico: el Camelot de la Monarquía de partidos. Ante la corrupción general, el regeneracionista Ramírez desempolva la receta de “la búsqueda del consenso” para mejorar las reglas del juego oligárquico.     "A pure theory of democracy"     Publicada la traducción inglesa de "Frente a la gran mentira"

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