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Stalin (foto: saquayo) Ruina política   El placer abyecto de obedecer a un Amo o a un Poder despóticos sigue siendo sentido por millones de seres humanos. La sumisión voluntaria de la mayoría a la minoría que manda (da igual por qué), dejándose imponer penurias, sufrimientos, humillaciones y, hasta la propia muerte, más que de fenómeno social parece tener visos de maldición histórica. Un solo hombre, la mediocridad más notable del Partido encaramada a la jefatura del régimen soviético, desangró a varias generaciones de un país que ocupaba la sexta parte del globo. Y lo atroz es que semejante exterminio se produjo durante la plácida administración de la servidumbre que ejercía el “padrecito de todas las Rusias”.   Abruma hacerse una idea de la idolatría que provoca Castro, así como de la veneración que rodeaba a la figura de Franco. El Poder está sacralizado, y desde el primer momento, los que están bajo su influjo se inclinan a reverenciarlo. Sea cual sea el origen del poder o la forma de establecerlo, (con golpes de fuerza o mediante pactos de oligarcas), su simple duración, a pesar de su ilegitimidad, ya le otorga reputación en el interior y reconocimiento en el exterior.   En mayor o menor medida, todos los regímenes políticos descansan en la opinión que se tenga de ellos: en la adhesión que susciten o en la falta de oposición que provoquen. El crédito no se obtiene solamente por el hecho de ostentar (casi siempre, detentar)  el  poder:  la creencia  social  en  los beneficios y seguridades que reporta ha de ser reafirmada constantemente ante los ojos crédulos de una opinión pública manipulada. La Monarquía de los partidos estatales debe su crédito a la propaganda, es decir, al sistemático engaño acerca de su creación y funcionamiento.   Todos los gobernantes de la partidocracia agotaron el abundante crédito que se les concedió al inicio de sus jefaturas, sin que todavía el Régimen que ha hecho posible sus distintas felonías haya entrado en quiebra. Aunque la dimensión de la crisis financiera no se podía augurar, la flecha prevista viene más despacio, y por tanto, a nadie que conozca la naturaleza del Estado de Partidos y Autonomías, le habrá cogido por sorpresa cómo la corrupción, el despilfarro y la incompetencia inherentes al mismo, han atravesado la economía nacional.   En una total desorientación, siempre es lo que más falta hace aquello en que menos se piensa. De lo contrario, naturalmente, no se trataría de una total desorientación. Que España desafine en el concierto de las naciones más poderosas y que no tengamos crédito en el circuito financiero internacional, reviste mucha menor gravedad que el hecho de que, a estas alturas o bajuras, el régimen vigente no esté lo bastante desacreditado como para proceder a su inmediata disolución. Si los votantes dan cheques en blanco, los oligarcas acaban extendiendo cheques sin fondo.

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