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Censor copy (foto: metal_dragon92)   Imprimatur moderno   Cuando John Milton compuso su defensa de la libertad de expresión y de impresión sin licencia contra una orden del Parlamento inglés fechada el 14 de junio de 1643, acudió a motivos universales que tienen hoy plena vigencia. Tomando como punto de partida una cita de Eurípides (“Existe verdadera libertad cuando los hombres nacidos libres, teniendo que advertir al público, pueden hacerlo libremente; cuando, por hacerlo, merecen grandes alabanzas; y cuando no pueden o no lo hacen, mantienen no obstante la paz. ¿Qué Estado podría ser más justo que éste?”), Milton demostró en su célebre Areopagitica hasta qué punto una orden semejante no sólo atenta contra la libertad, sino en último término contra el beneficio común. Ambas cosas son indisolubles. El impedimento de la libertad oculta ambiciones privadas, confundidas como públicas.   Sin embargo, ni Milton ni nadie en su era podía anticipar una situación como la actual, en la que el cese del imprimatur (permiso para imprimir) no asegura la libertad, ligada no sólo al beneficio público sino a la verdad. Hay que esperar a la conjunción de intereses entre la nueva clase política y las élites financieras del Directorio francés para percibir el modo típicamente moderno de secuestro de la libertad, con la pulcra apariencia de que no ha sido así (lo que García-Trevijano bautizó con la expresión “como si”). En esta nueva constelación censora se dan cita diversos elementos: exterminio o marginalización de los disidentes, a través de un secuestro de su voz política; campañas mediáticas, ligadas a intereses financieros de alto cuño, para re-construir una historia favorable a tales intereses; inclusión de las masas en el Estado (ya sea mediante Partidos o Sindicatos estatales), aprovisionándolas de antemano para impedir una potencial protesta; reforma del sistema electoral, para que nadie pueda elegir directamente a su representante, perpetuando una casta política; etcétera.   Aunque el vínculo de la libertad con lo público, con el beneficio común y con la justicia general siga siendo firme, la apariencia del “como si” tuviésemos libertad (política), del “como si” viviésemos en una democracia, supone una ruptura con el modo clásico de abordar la cuestión de la libertad de prensa. Porque el consenso político, motivado por la ambición de repartirse el Estado, es imaginario y no puede, por sí mismo, producir verdades sino simulacros de verdad, la lucha política actual tiene como uno de sus grandes vectores hacer resplandecer verdades políticas claras y distintas, como diría Descartes. En contra del consenso de que la corrupción es local, la verdad de que es general, constitutiva; en contra del consenso de que la política es cosa de la clase política, la verdad de que es de todos; en contra del consenso de que somos políticamente libres porque votamos, la verdad de que no lo somos porque no elegimos a un representante. La lista continúa, pero el espacio es limitado.

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