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Cada vez que alguien dice en público que “esto” no es una democracia se le contesta con la trivialidad de que gracias a “esto” puede decir libremente tal cosa. Este tópico confunde el régimen de libertades con el régimen de poder. Lo característico de la dictadura totalitaria no es la represión de la disidencia en la sociedad política (cosa que comparte con la partidocracia), sino la represión de la discrepancia en el seno mismo de la sociedad civil. Las libertades ciudadanas incluyen la de disentir del régimen de poder, la de renunciar a participar o no entrar a formar parte activa, mediante la abstención electoral, de la sociedad política.   Una cosa es el derecho a la disidencia, excluido por principio de las reglas de juego de los poderes constitucionales, y otra muy distinta el derecho de oposición de las minorías: los que pergeñaron la Constitución española, que no reconoce ni garantiza institucionalmente este último, no tuvieron en cuenta, como es natural entre oligarcas, la esencia y la razón de existencia de las constituciones democráticas en las sociedades plurales.   La ideología dominante sólo otorga a las minorías políticas, como si fueran disidencias civiles, el “derecho a ser respetadas”. Pero respetar a los partidos minoritarios, que forman parte de la sociedad política por voluntad de sus electores, consiste precisamente en la garantía constitucional de su derecho de oposición al poder de la mayoría. Cuando este derecho no está constitucionalizado, como sucede en España, la mayoría deviene, con la inexorabilidad de la naturaleza de las cosas políticas, tiránica. La exclusión de las minorías de las comisiones parlamentarias o su impotencia parlamentaria para investigar la corrupción en los grandes partidos, transforma su derecho de oposición en derecho al pataleo de querer y no poder: un derecho a la indignación que no tiene, sin embargo la dignidad civil del irónico derecho a la disidencia, de poder y no querer hacer el juego al tiránico consenso regimental de los grandes partidos estatales.   Cuando la Asamblea de diputados sea un verdadero poder legislativo y adquiera la respetabilidad que sólo puede conferirle la eliminación de las listas de partido y la adopción de los distritos uninominales, la mayoría de los miembros de las comisiones parlamentarias de control del Ejecutivo será elegida entre los diputados de oposición al gobierno, tal como sostiene el autor de la “Teoría Pura de la República”: un semillero de ideas e ideales democráticos que pone los fundamentos de una ciencia política, y la culminación de una obra dedicada a la libertad de los demás.

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