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(Foto: Soniko) ETA y otros Javier Cercas publica en El País del 26 de enero de 2011 un artículo titulado “Adiós, muchachos”, en el que se refiere al último comunicado de ETA. Tras reconocer que no había sido partidario de ilegalizar a Batasuna, por el simple argumento de que es mejor tenerlos dentro que fuera, se arrepiente de ello por el simple hecho de que el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo dictó una sentencia en que declaraba que Batasuna era parte de ETA. Menos mal que Cercas conoció esa sentencia, pues por si sólo parece que no fue capaz de entender nada.   A ETA la califica como una banda de mafiosos con una coartada patriótica, y se pregunta si deben imponer las víctimas sus condiciones al Estado, y afirma que, si la democracia fue tan generosa con los franquistas, no puede serlo menos con los etarras, pues no podemos exigirles a unos lo que no exigimos a otros.   “La diferencia entre idiotez e imbecilidad es notable. Aquella –la idiotez- añade, a la escasez de razón en ésta-la imbecilidad-, la falta de entendimiento” escribía Don Antonio García-Trevijano en un artículo sobre la jornada de reflexión. Que el señor Cercas no tenga ni la más remota idea de lo que es la Democracia, ni se haya enterado de lo que fue la Transición, parece evidente; de la misma manera que desconoce que al Estado también le conciernen límites que no puede superar. Su entendimiento en estas cuestiones, por decirlo eufemísticamente, es deficitario.   Negociar con los terroristas de ETA ha sido la pulsión de todos los gobiernos habidos desde la Transición y el crimen más descabellado y descomunal que han cometido. De esa pulsión no se ha librado hasta la fecha ningún presidente de gobierno, ninguno de los gobiernos habidos, ninguno de los partidos que han formado gobierno o apoyado parlamentariamente a algún gobierno. Negociar con ETA, hablar con ETA, desde el Estado, el gobierno o el partido ha supuesto la legitimación política más escandalosa y cruel que la clase política surgida de la Transición ha producido. Pero también se legitima, socialmente al menos, a ETA cuando alguien la describe como un grupo de mafiosos con una coartada patriótica.   Han sido necesarios treinta años y mil asesinatos para que algunos empiecen a sentir vergüenza de sus flirteos con los terroristas. Su demagogia ha costado muchas vidas y mucho miedo. Pero aún algunos siguen considerando políticamente a ETA. Que ETA haga política a nadie le debe extrañar, lo que es brutal idiotez es que la política que ETA quiere se la hagan quienes ahora la llaman banda mafiosa con coartada patriótica. ETA no es una banda de mafiosos, es una banda de nacionalistas vascos que, como Stalin y Hitler, han concebido su patria sembrando muerte, han hecho de su patria un inmenso cementerio. La clase, la raza o la nación, al final solo la muerte. Judíos y gitanos, burgueses y reaccionarios, o maquetos y españolazos, es lo mismo.   Si dejamos a la clase política sola en su afán por apuntarse el tanto de la disolución de ETA, no podemos esperarnos otra cosa que el fruto de su ególatra idiotez, por ello, es necesario que las victimas del terrorismo vigilen a la clase política y que los ciudadanos libres les acompañemos. Más traiciones y más idiotez no nos las podemos permitir.   Carrillo, Isidoro y Suárez, entre otros, hace treinta años dispusieron despóticamente que los españoles fuéramos privados de la libertad política, propalando el temor a un nuevo enfrentamiento civil, a una involución militar, etc. Corremos ahora, con el asunto de ETA, el mismo riesgo, pero la añagaza será la paz y no la guerra. Queremos paz, nos dirán, pero tendremos que dar algo a cambio, como si no hubieran entregado ya su vida más de mil de nuestros conciudadanos y el terror no hubiera roto la existencia de centenares de miles, millones, de españoles.   Esa paz que ellos nos propondrán podría suponer otro proceso de olvido, poner sobre la de mármol otra lápida de silencio en las tumbas de los asesinados y en las conciencias de sus deudos a modo de metáfora inmoral de memoria histórica. Si los sueños de la razón generan monstruos, los de la idiotez producen crímenes.

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