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(Foto: Nathan Wind as Cochese) Estatalismo conservador La potestad de dictar “normas colectivas de carácter obligatorio” —tómese la expresión en un sentido amplio, en una terminología similar a la empleada por el profesor Dahl— puede emplearse, grosso modo, en un doble sentido: bien para soportar los usos y costumbres tradicionalmente admitidos en la sociedad; bien para revocar aquello consuetudinario en ella, introduciendo algo diferente o hasta contrario (naturalmente, hay multitud de asuntos que, por escapar a algo así, son neutros a este respecto). Sucintamente, la primera actitud es calificada “de derechas” o “conservadora”, y la segunda como “de izquierdas” o “progresista”. Respecto a la cuestión estricta de los agentes políticos, la derecha no presenta ninguna dificultad, ya que la misma élite social detenta tradicionalmente el poder. Sin embargo, la izquierda porta una profunda contradicción interna: si dice provenir y actuar en nombre de las mismas fuerzas vivas de la “sociedad civil”, ¿cómo no admitir como punto sustancial de su programa el sometimiento constitucional a aquella de la “sociedad política”?; está claro que sin ello, el progresismo termina convirtiéndose en un mero recetario de “ingeniería social”.   La cosa se complica al introducir la coordenada temporal, pues también resulta manifiesto que el “conservadurismo” hubo de preceder al “progresismo” y, más aun, en el señalado protagonismo en lo político, proceder de las filas de aquel. La política, concebida como un instrumento para cambiar la sociedad, naturalmente convirtiéndola en cosa mejor y más justa —en esto coinciden todos los discursos aunque proclamen intenciones contrarias entre sí—, arranca con la diferenciación decimonónica europea de los dos grandes bloques ideológicos antagónicos. Hay, no obstante, algo en lo que han terminado coincidiendo los aparentemente irreconciliables profesionales de la política de uno y otro signo: la citada potestad de dictar “normas colectivas de carácter obligatorio” no puede estar abierta a la “sociedad civil” y depender de ella como instancia decisiva. Aquí el “conservadurismo” se convierte en “progresismo” y el progresista se torna en conservador, pues solamente se puede vigilar y cambiar la sociedad desde un cuerpo político externo a ella que blinde “su” libertad; cosa que han encontrado en el panóptico Estado de partidos.   Al fin y al cabo, eliminando la bruma de la mitología/ideología, que consisten en la habilidad admitida de presentar como natural aquello que manifiestamente se opone a los axiomas de la propia doctrina —qué mérito tendría hacerlo con lo consecuente—, ello para que su libertad de acción no quede restringida por los principios que dicen suscribir; es sabido que todo cambio en la sociedad termina imponiéndose por la acción o inacción del Estado.

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