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Por mucho que se empeñen los voceros mediáticos de la partidocracia, la democracia no consiste en votar a un partido, sino a un candidato. El que no entienda esto, o no quiera entenderlo, deberá denominarse de otra manera, pero nunca demócrata. Aunque se empeñen en descalificar con sus embustes a los movimientos ciudadanos que llenaron las calles y plazas de toda España el 19-J, nadie en ellos ha puesto en entredicho la existencia de partidos y sindicatos, sino el papel que detentan en la actualidad.   Los partidos no son intermediarios entre el ciudadano y el Estado, sino instrumentos de la sociedad civil, que nacen de ella y están en ella, para articular la participación política de la sociedad civil, no para someter a la sociedad civil a los dictados de la oligarquía partidista gobernante. Si se empecinan en seguir siendo intermediarios, y no mandatarios de la voluntad política de los ciudadanos, la distancia entre los partidos y sindicatos respecto de ciudadanos y trabajadores se irá ampliando hasta alcanzar extremos paranoicos. La sociedad seguirá su camino, prescindiendo de ellos, por retardatarios de la libertad política.   Los manifestantes del 19-J quieren que el Estado y las instituciones políticas no sea el botín electoral de los partidos, quieren que el Estado sea de ellos, y verse reflejados y amparados en todos sus derechos y libertades por las instituciones. Quieren ser el sistema, estar en el sistema, en la toma de decisiones. Y para ello son necesarias reformas tan serias y profundas que ineludiblemente pasan por un periodo de libertad constituyente.   Si la clase política continúa con sus listas y su reparto proporcional de escaños, la representación directa y mayoritaria de los ciudadanos en la política continuará ausente, la democracia permanecerá inédita y el grito: “No nos representan” se oirá más alto, más fuerte y lo pronunciará cada día más gente.   El espectáculo coral de los medios de comunicación tras las manifestaciones de 19-J, nos avisa de que son fundamentales para el sostenimiento de la impostura partidocrática, con sus tertulianos, opinantes, comentaristas, todos ellos encantados de entonar el himno de las bondades del régimen que les propicia las prebendas que les engordan. Ese es el primer baluarte de defensa de la partidocracia, pero tiene un punto débil, las redes sociales de Internet, donde la información fluye de abajo a arriba extendiéndose como una infección vírica, y propicia la victoria de la opinión pública sobre la publicada.   No hay duda, si alguien albergaba la esperanza de que la inteligencia pusiera a andar la rueda de la partidocracia hacia la democracia, hoy ya sabemos que tendremos que ganárnosla a su pesar, tendremos que sortear sus trampas y trucos indecentes, vencer su manipulación mediática; pues la democracia no se pide, se conquista.

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