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(Foto: Didac) Selección inversa La dinámica natural de la vida (ese paraíso en que se van conjugando y sucediendo el potencial buen-ser con el existente bien-estar) está maravillosa y previsoramente preparada para sufrir e intentar superar, si puede, las más terribles contrariedades sobrevenidas a ella. Uno de sus innumerables mecanismos de supervivencia consiste en su resignada, aunque también ciega, adaptación a lo que contraría lo ya conseguido, mediante la selección inversa.   La selección inversa es la reacción que se produce en toda o parte de la población natural de una determinada especie cuando un factor exógeno a ella resulta destructivo para los individuos de conformación normal (la más frecuente y mejor adaptada al medio que habita) dentro de esa especie. Esa conformación está comúnmente regulada por los denominados alelos dominantes (“A”) del gen que regula el carácter de que se trate. Pero, previsoramente, y aunque sean muy poco frecuentes, en la población habrá algunos individuos con los denominados alelos recesivos (“a”) por duplicado en ese gen. El infrecuente contracarácter aparece en un individuo si el alelo recesivo se encuentra en cada uno de los dos cromosomas que lo contienen. Estos individuos “aa”, si sobreviven aunque estén peor adaptados al ambiente habitual, son los principales responsables de que el contracarácter no se pierda. El proceso es análogo, pero más complejo, si más de un solo gen regula el carácter.   La población de elefantes asiáticos ha sufrido y está sufriendo un proceso de selección inversa provocado por el factor exógeno hombre cazador, convertido en animal depredador codicioso de colmillos. La sostenida eliminación de elefantes con colmillos ha conducido a la inversión de frecuencias de aparición de ese carácter. Los elefantes sin colmillos de nacimiento (peor adaptados –para alimentarse y beber, para defenderse y para sostener su pesada y péndula trompa-) comienzan a predominar en aquella población. Resultado: la codicia del animal depredador se autodestruye junto con su presa, debilita a los supervivientes y compromete su supervivencia.   Los colmillos de un elefante no se corresponden con los colmillos (o caninos) de su dentadura. En realidad son una imponente transformación de dientes incisivos. Su posición delantera, mostrándose en primer término verdadera y claramente; su rigidez con formas suaves; sus gráciles líneas curvas horizontalmente ascendentes; su diámetro humildemente decreciente; su amable color atrayente; su esmaltada superficie que anuncia sincera su noble material constituyente; su definitiva y firme belleza; todo eso contrasta, por entero, con el gris y fofo chapapote de su grosero cuerpo. Y, por todo eso, los bellos incisivos-colmillos paquidérmicos serán tomados, a continuación, como adecuada metáfora del valor y la valía moral en personas de buena condición. Sigamos.   La contraverdad antidemocrática de la partidocracia, arrojada desde las turbias negociaciones secretas previas a la promulgación de la estatal y autoconstituyente Constitución de Partidos del 78 (a la sombra de un Rey nombrado por Franco) puso en marcha, como era de esperar, un proceso sistemático de selección inversa de las personas que iban pasando a integrar la casta política española, subdividida en las distintas sectas partidistas. Lo normal en un sistema político democrático donde impere la republicana libertad política responsable, pasó a ser anormal irregularidad en un régimen partidocrático donde impera la irresponsabilidad política de la monárquica oligarquía consensuada.   Los partidos-secta estatalizados (sectalizados), factores exógenos a una comunidad civil de la que se autoproclamaron constitucionalmente representantes vitalicios, en flagrante concubinato con sus acomodaticias ideologías de rencor y fantasía, transformaron al Estado en íncubo objeto de sus tribales idolatrías. El Estado “Franco-tirador” se hizo vampiro despreciativo y depredador de los más valiosos incisivos-colmillos morales de una población rebajada y asolada por una casta política que, de olores a Cabrales, primero, pasó a hedores de lucrativo estercolero. La partidocracia no quiere incisivos morales, necesita colmillos verticales de filibustero; colmillos que permitan chupar y hechizar en el aquelarre del Estado, su venerable Gran Hechicero; necesita lenguas que laman, parlen y maquillen su faz de embustero.   En esa partidocracia la verdad moral es sustituida por la mentira oficial; la pasión por lo cierto deviene pulsión por lo incierto; la generosidad sin recompensa material se hace interés dinerario en despensa fantasmal; la promoción del mérito se trastorna en adulación al demérito; el sencillo espíritu de servicio se transforma en pródiga chulería poco antes y mucho después de los comicios; el rigor intelectual y expresivo deviene estertor insustancial y especulativo; el natural espíritu crítico ante la realidad se transmuta en espectro mítico de artificialidad; la seria discreción de la virtud amable se agacha ante la sardónica ostentación de lo miserable; la sana transparencia enferma de imprudencia; la discreta sensibilidad moral deviene cateta insensibilidad brutal; la admirable honradez se considera deplorable estupidez; la cobardía reluciente se antepone a la lucidez valiente; el deseo de comprender cada postura vomita en el aseo de imponer cada impostura; el interés compartido en sociedad por la mayoría es sustituido por el interés del partido de sus Señorías; la virtud femenina se hace despojo vista con anteojo de contracuota masculina (y viceversa); la ciudadana e innovadora libertad política se reprime con mundanas y estafadoras libertades paralíticas; la firme lealtad a palabras y hechos se prostituye, con maldad, por abracadabras y cohechos; la valiosa austeridad en la gestión de fondos públicos se pervierte en golosa indigestión de despilfarros impúdicos; la inteligencia subordinada a la nobleza se sustituye por la astucia servil de la vileza; la corrupción no es puntual sospecha sino erupción constante de cosa hecha; el sano consentimiento nacional se trastoca en insano disentimiento nacionalista; la izquierda se autojustifica con la derecha y el pasado ficticio; la derecha se contrajustifica con la izquierda y el futuro facticio (¿no lo ves?, el mundo al revés). Derecha e izquierda, distintos rostros en la misma logia, se distinguen sólo por el color del antifaz de sus demagogias.   Como es natural, las personas discretas, íntegras, honestas y bien formadas, las más valiosas de la comunidad (si toda su valía es generosidad) ni quieren acceder ni pueden tener sitio en ese vertedero de cáscaras de marisco; cementerio de elefantes desdentados. Noticias, verborrea, diarreico reglamentismo, ocultación, telebasura y propaganda enajenan a una sociedad civil espectadora de la implacable selección inversa. El resultado es una casta política española crecientemente depauperada, gerontocrática (en edad de calendario o partidolátrica), repleta de recesividad; casta que genera y auspicia la recesión económica y político-moral de España, su involución nacional. Pero, ¿qué más le da a la casta, si la casta se apaña? Sus cada vez menos fingidas apariencias la delatan. Los diputados de esa casta política, lacayos de sus partidos y no servidores de lo colectivo, ni representan ni son representativos de una sociedad civil que, aun debilitada, sigue todavía desbordando por completo a aquella casta de impúdicos lacayos que no soporta la libertad política ni a título de ensayo.   Es hora ya de que los bellos colmillos de la libertad política dejen de tiritar bajo el polvo y sean enarbolados pacíficamente por lo mejor de la sociedad española; atraídos por la libertad, dirigidos por la inteligencia, atemperados por la humildad, conducidos por la sanidad moral, impulsados por la generosidad política y aconsejados por la prudencia. Su precioso marfil debe brillar bajo las pancartas de la LIBERTAD CONSTITUYENTE. La vida paciente de su potencial buen-ser ha de hallar descanso en un bien-estar existente, colectivo, pacífico, libre y valiente. Sí, así debería ser, verdaderamente. El discernimiento de la verdad pone a la libertad en movimiento.

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