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Senador Roark (Sin City, de Frank Miller) El poder de la mentira “El poder consiste en mentir, y mentir a lo grande, y conseguir que todo el maldito mundo esté de acuerdo contigo.” Senador Roark (Sin City, de Frank Miller)   Sin City, la “ciudad del pecado”, es un lugar ficticio donde se desarrollan las oscuras historias que narra Frank Miller. El nombre original de la ciudad es Basin City, que muy bien se podría traducir por “ciudad bacín”. En dicha metrópoli viven personajes decadentes y desgraciados (matones, asesinos, prostitutas…) que tratan de sobrevivir de la mejor manera posible. Sin embargo, aquellos que generalmente son considerados la escoria y los marginados, son los únicos que aún mantienen unos mínimos principios morales a su manera. Mientras, los peores de todos son los máximos dirigentes de la ciudad, la infame familia Roark, que incluye un senador, un fiscal general y un cardenal entre sus “respetables” miembros. Ostentan el poder político y económico, y están dispuestos a hacer lo que sea para mantenerlo, alimentándose de los despojos que malviven en las calles de la urbe.   En nuestro particular Estado de partidos, la casta dirigente continúa blindándose en la cúpula del poder, esta vez modificando a hurtadillas la Ley Orgánica del Poder Judicial para mantener los privilegios de jueces y fiscales dedicados a medrar en política (1). Apenas ha existido discrepancia en el Senado ni en el Parlamento a la hora de aprobar tal medida. Ni siquiera por parte de la recientemente publicitada Rosa Díez, que estúpidamente se vanagloria de que ahora los bancos le ofrecen préstamos a su partido por el doble de dinero que solicitan (2). Si alguien afirma que votando a ese partido (o a cualquier otro) se van a solucionar los problemas de este país, merece vivir de por vida en un régimen de poder como éste. La afirmación de  la  señora  Díez  esconde  la  esencia  del funcionamiento de la partidocracia: los partidos existen por y para sí mismos, como entidades propias e independientes, son empresas especializadas en la malversación, el tráfico de influencias y la corrupción. Reciben subvenciones estatales y préstamos de entidades privadas (las mismas que estamos rescatando y soportando con nuestro dinero), a cambio de futuros favores. Comercian y respaldan esos préstamos y subvenciones con los votos de los ciudadanos. Y viendo como el barco se hunde, la clase política huye en una carrera hacia adelante con todo lo que puede llevarse, como las ratas que escapan a la inundación de una cloaca.   El cardenal Roark practicaba el canibalismo y devoraba a las pobres desgraciadas que caían en sus manos. El senador Roark encubría los pedófilos crímenes de su hijo mientras intentaba auparlo a la presidencia del país. Ambos eran maestros de la mentira y la degradación moral, y su existencia estaba íntimamente ligada a ambas. Tan sólo unos pobres desahuciados fueron capaces de hacerles frente y truncar sus planes, a costa de sus propias vidas, y a pesar de sus grandes defectos e inferioridad de condiciones.   Mientras los ciudadanos de este país sigan enfrascados en las guerras de bandas promovidas por los mafiosos encaramados en el poder, enfrentándose por un color, una ideología, un territorio, una forma de hablar, o un equipo de fútbol, nuestra particular familia Roark permanecerá intocable. Y los súbditos-ciudadanos solo podrán aspirar a sobrevivir entre los despojos de este país del pecado, peleando unos contra otros, para deleite de los profesionales de la mentira.

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