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. No sólo sucede en Madrid Estamos acostumbrados a interesarnos por la vida política nacional. El presidencialismo de opereta Rajoy – Rubalcaba lo absorbe todo, máxime cuando nos hallamos en un permanente periodo pre-electoral, como padecemos desde enero de 2011 y del que no saldremos hasta el discurso de Nochebuena del Rey. Hasta tal punto –creemos- que no existen más políticos de verdad que los que están en La Moncloa o en la Carrera de San Jerónimo; el “gobiernín”, los “ministrinos” (expresiones éstas creadas por el populacho de las Asturias principescas para referirse al Presidente del Consejo de Gobierno autonómico y a los Consejeros) y demás realea asamblearia legislativa que pulula en las Autonomías , gracias al erario público, no es tenido en consideración tal; sea por la cercanía -especialmente en regiones tan pequeñas como esta mía desde la que escribo-, la mayoría de los ciudadanos, por mucho que queramos, no proyectan los vicios “madrileños” a nuestros políticos de ferias ganaderas, mercados artesanos y pinchos de tortilla.   Sin embargo, detenerse un poco a pensar y, sobre todo, a observar la realidad, obligará a cambiar las certezas. Frente a la opinión generalizada de que en nuestra casa no cuecen habas partitocráticas, el criterio empírico, la realidad insoslayable, de que se cuecen a calderadas indigestas.   La Constitución española de 1978, que como ya llevo insistiendo desde hace tiempo, es la novena Ley Fundamental del Franquismo (aunque sin Franco, pero con heredero directo, que no electo) proyecta en las Comunidades Autónomas el mismo sustrato político que el del Estado lo cual, no ya permite, sino que garantiza, que los vicios antidemocráticos del Estado de Partidos se proyecten y representen en la respectiva taifa autonómica: El régimen electoral, la necesidad de que el presidente del gobiernín sea miembro de la Asamblea Legislativa, anulando la separación de poderes, los juegos de las mayorías parlamentarias, la necesidad de la firma del presidente del Consejo de Gobierno para la publicación de las Leyes autonómicas (eso sí, en nombre del Rey), etc. permiten concluir que a provincias no sólo se van a representar obras de teatro cuando el público madrileño se agota, sino que extrarradio de la capital del Reino, la casta política va a seguir atentando impunemente contra la libertad política y los derechos de los ciudadanos a la representación, regalando dádivas en forma de diputados, senadores autonómicos, alcaldías y ministrinos. Y ello es más grave aún, precisamente por la cercanía –al menos geográfica- entre políticos y ciudadanos. Compartimos tierra, pero no mesa; casa, pero no mantel.   El régimen de poder estatal opera cualitativamente igual en las instituciones del poder central que en cualquier Comunidad Autónoma; los mismos intereses espurios entre políticos, medios de comunicación y empresas (cambian los nombres, pero no los objetivos); los mismos consensos con diferentes actores: Aunque todo está más próximo a la ciudadanía, toda la miseria moral, todo el engaño ante nuestros ojos se antoja, por eso mismo, más imposible. Y sin embargo, tan real será el presidencialismo tiranizante de Rajoy en España como lo es el de Artur Mas en Cataluña, Feijóo en Galicia o Álvarez-Cascos e Asturias. Como antes lo fue el de Revilla en Cantabria, Ibarra en Extremadura o Ibarretxe en Euskadi. No se libra ni un metro cuadrado de nuestra patria.   Por ello es fundamental denunciar los abusos más próximos de los partidos orgánicos y de los órganos de los partidos en nuestros pueblos, ciudades o regiones; es fácil ver los hechos, pues están ahí, en cada página del diario regional de turno, de la programación de las emisoras locales.

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