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Estos días pasados se ha representado en los teatros del Canal, en Madrid, la opereta de Leonard Bernstein  “Candide”, evocación musical del cuento o novela del mismo nombre atribuido a Voltaire y escrito a mediados del siglo XVIII. Al margen del espectáculo musical, que no puede ser preterido (con una interpretación fantástica de la Orquesta Joven de la Comunidad de Madrid)  lo que no deja de sorprender es que el tema que late en el fondo de la obra –el optimismo vital-  pueda ser de interés en la sociedad actual. Alguien –en el caso de nuestro país, Paco Mir, miembro del grupo cómico “Tricicle”-  ha considerado oportuno poner en escena esta obra. Un soplo de “optimismo” (ese era el subtítulo de la obra atribuida a Voltaire) en tiempos de crisis, no sólo económica sino también vivencial.

No es frecuente que en los medios de comunicación se escuchen reflexiones sobre los grandes interrogantes: ¿hacia dónde va nuestro mundo? ¿trabajamos por un mundo mejor? ¿es posible otro mundo y otra sociedad mejores? O ¿es idea común que este mundo no hay quien lo cambie y que solo cabe la resignación ante el modo en que se desenvuelve la sociedad moderna?

Cándido recorrió diferentes países comprobando la existencia de males, pasiones e injusticias en un mundo que él creía que era el mejor de los mundos posibles. Y se engañaba a sí mismo con la excusa de que todo ocurría para bien de la humanidad. Y, al final, terminó cultivando su parcela e intentado ser en su círculo lo mejor posible.

Parece que el ser humano, a medida que ha ido creciendo y extendiéndose, ha tenido la impresión de estar trabajando en equipo, mejorando el planeta mediante el crecimiento de sus conocimientos, de sus técnicas, de sus habilidades, para hacer el planeta más habitable, reduciendo cada vez más el campo a la muerte, a la enfermedad, a la ignorancia, a la superstición.

Pero ¿mejora realmente el mundo? ¿Estamos en mejor situación que nuestros antecesores o antepasados? ¿Quién se beneficia realmente del progreso del mundo? Porque hay lacras que parecen ser imposibles de erradicar: la guerra, la violencia, la avaricia, el afán de poder, la envidia, la indiferencia ante el mal ajeno, el egoísmo, la explotación…

¿Existe un progreso común? O ¿el progreso general no es más que la suma de los progresos que los seres humanos vayan consiguiendo individualmente, como si el mundo pudiera ir mejor si cada uno de sus habitantes procurarse mejorar éticamente, personalmente y profesionalmente?

Tal vez desde la filosofía (y estoy pensando en Platón) se nos ha querido hacer ver que existen “otros mundos” ideales en que todo puede funcionar de una manera perfecta y óptima, construyéndonos castillos a los que luego nadie ha ido a habitar. Pero la realidad nos muestra que no es una baraja de naipes de la que se pueda tomar con acierto un as a voluntad. Este juego del mundo y de la historia hay que jugarlo a una sola carta. Y la sabiduría (y la bondad) radica en extraer de ese juego todo el jugo vital que es posible beber y disfrutar en el breve intervalo que va del nacimiento a la muerte. No pensar ya en si este es el mejor mundo posible, sino simplemente aceptar que este es el mundo, esta es la casa común, este el hogar que nos abriga. No hay mundo posible que poder elegir. La elección es aceptación gozosa de lo que tenemos y de lo que nos rodea. Lo demás es juego, arte combinatoria, mezcla de luces para animar el día a día. Todo se contiene aquí. Lo importante es la actitud ante lo variable. Marchar tras lo bueno, lo bello, lo agradable, lo equitativo, lo justo, lo emocionante, lo inefable.

Sería decepcionante dejar pasar la oportunidad de vivir lo que este mundo ofrece a la espera, por ejemplo, de que pase la crisis, de que lleguen tiempos mejores, de que los humanos aprendamos a vivir en comunidad. La vida es equilibrio entre lo rechazable y lo deseable. El instante entre el inspirar y el espirar. La visión entre dos parpadeos. La sonrisa entre dos muecas. Hoy te satisface el trabajo, y mañana te decepciona. Hoy te cae bien el compañero, y mañana sufres un desprecio injustificado. Hoy te sientes sano, y mañana te dan unos análisis preocupantes. Hoy sube la bolsa, y mañana se pide un recorte más.

Pensamiento burgués, acomodaticio, podrán decir algunos. Simple búsqueda de la tranquilidad, podrán afirmar otros. El que no se contenta es porque no quiere, replicarán otros estoicamente. Pero, la aceptación no tiene por qué ser resignación pietista ni política de brazos cruzados. No tenemos otra franja vital que la que se desarrolla entre la corteza terrestre y la burbuja de la estratosfera. En esa franja están nuestros problemas y nuestras soluciones. No hay otro mundo posible dentro (hacia el núcleo) ni fuera (hacia el espacio exterior), al menos por ahora. Tenemos que aceptar que somos terrenales y mortales. No hay otra elección. Y en esa franja de materia y tiempo nos vamos desenvolviendo.

Pero hay un secreto. Una escala secreta –que diría San Juan de la Cruz, en la  “Noche oscura”-  una escalera oculta por la que descender o subir hasta lo más profundo o lo más alto de nuestra alma (aquí no se da el espacio físico, ni el arriba ni el abajo, ni el más allá ni el más acá). Es la almendra interior del individuo, donde se puede hallar el sentido y la fuerza de la vida propia y de la del semejante.

Cuando todo parece descubierto, se discierne en la oscuridad un mundo real (no un mundo meramente posible) que está a la espera de ser desvelado y vivido. Un mundo que ilumina desde dentro y que hace germinar la esperanza desde las profundidades. Cuando alcancemos esta experiencia quizá todo empiece a ir mejor, como si hubiéramos dado –inexplicablemente- con el mejor de los mundos posibles.

 

Antonio García Paredes

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