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Mientras el inmovilismo y el continuado saqueo de las cúpulas de la monarquía, los partidos, los sindicatos, las autonomías, las universidades o los bancos se han instalado en España, la política italiana va a dar un giro y comienza al menos a pronunciar la palabra “constituyente” en el vocabulario de sus dos grandes formaciones políticas.

“Tal vez los más moderados, de aquí y de allá, podrían refugiarse en la opción de centro que los sectores más influyentes de la empresa y la sociedad italiana —encabezados por el presidente de Ferrari, Luca Cordero di Montezemolo— presentaron hace un par de semanas en Roma. Más de 8.000 personas asistieron al bautizo de “una plataforma política para que Mario Monti lidere un Gobierno constituyente de reconstrucción nacional”, ha escrito el corresponsal en Roma de El País, Pablo Ordaz. “Dicho en plata, Montezemolo y sus influyentes amigos, entre ellos el ministro Andrea Ricardi, presentaron “el partido de Monti”. El problema, en ese momento, era que Monti seguía sin decir esta boca es mía, jugando a los equívocos, dejándose querer pero sin aportar luz al ya de por sí sombrío panorama político nacional”.

No obstante, los patrocinadores de “su” plataforma confiaban en que, antes o después, el jefe del Gobierno técnico sucumbiera a tanto afecto y tanta presión exterior —dicen que Barack Obama y Angela Merkel no quieren a otro que no sea él— y pronunciara el ansiado sí. “El jarro de agua fría llegó el jueves, cuando el presidente de la República, Giorgio Napolitano, dijo durante una visita a París: “Un senador vitalicio no puede presentarse a las elecciones”. O sea, que la única posibilidad de que el actual primer ministro repita en el cargo es que, tras las elecciones, ningún partido sea capaz de formar Gobierno y, todos a uno, acudan al palacio Giustiniano —sede de los senadores vitalicios— y le pidan por favor que regrese. ¿Qué dice de todo esto Monti? Nada.

Con la derecha hecha unos zorros y el centro compuesto y sin novio, solo queda la izquierda y la rabia. La izquierda, que quizá perdió su oportunidad de oro el pasado otoño al no rematar a Berlusconi cuando se encontraba contra las cuerdas del descrédito, tendrá que hilar fino. Cerrar primero las heridas de las primarias y apoyar después todos a una —una utopía tratándose de la izquierda— al candidato vencedor. Según las últimas encuestas, el Partido Democrático (PD) sería el más votado en las próximas elecciones, con un 26,7%, seguido muy de cerca, el 21,5%, por el Movimiento 5 Estrellas de Beppe Grillo. O sea, por la rabia. El cómico y bloguero, látigo de los políticos profesionales y de los recortes que llegan de Bruselas, ya logró que su formación fuese la más votada en las elecciones regionales de Sicilia. Su próxima parada es el Parlamento. Listo y demagogo, sabe que la rabia es su mayor activo. Y, según la ministra Cancellieri, si algo no va a faltar en la Italia de los próximos meses son gritos en la calle.

Para ello, la izquierda ha celebrado esas “primarias”. La jornada, independientemente de los resultados, fue un éxito. “Más de tres millones de simpatizantes formaron largas colas ante las 9.000 urnas colocadas por todo el país, ofreciendo un bello y reconfortante espectáculo a quienes estaban perdiendo toda esperanza en la política. Las primarias abiertas —no hacía falta pertenecer al partido, solo inscribirse en alguna de las sedes y pagar dos euros— ofrecían una ventaja de Bersani —el 44,5%— sobre Renzi —36,%— con la mitad del voto escrutado. Será necesario, por tanto, ir a una segunda vuelta el próximo domingo para escoger entre la vieja guardia y el partidario de rediseñar la izquierda”, escribe Ordaz.
“En cualquier caso, el alto índice de participación ya supone en sí el revulsivo que el centro izquierda necesitaba para emprender el regreso al poder. La cuestión es de la mano de quién. Porque Pier Luigi Bersani y Matteo Renzi se parecen entre sí como un huevo a una castaña. Bersani representa al aparato del partido, el equilibrio entre las muchas facciones del centro izquierda, el sentido de la responsabilidad —demostrada por su apoyo al primer ministro Mario Monti—, pero también la pertenencia a una clase política cada vez más denostada en Italia. Renzi quiere dinamitar todo eso. A golpe de eslogan y de mercadotecnia, se ha subido a las barbas de sus mayores, irritándolos, pero también despertándolos. Él y sus seguidores son jóvenes, amables, triunfadores, pero, se preguntan desde el sancta sanctorum del partido, ¿son también de izquierdas?”, concluye.

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