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Gioseffo Zarlino (1517-1590) nació en la pequeña localidad de Chiogga, cercana a Venecia. Su educación fue de índole religiosa y transcurrió la mayor parte en un pequeño monasterio de monjes franciscanos. En 1536 entró a formar parte del coro de la catedral de su pequeña ciudad natal, actividad que despertó su interés por la música y que descubrió, así mismo, el gran talento musical del joven cantor. Sus estudios musicales se hicieron cada vez más importantes hasta que, en 1539, fue ordenado diácono y principal organista de la catedral de Chiogga. Éste puesto de organista significó el impulso definitivo que condujo al joven Zarlino a Venecia para estudiar el arte del contrapunto con el por aquel entonces maestro de capilla de la bellísima catedral de San Marco: Adrian Willaert.

Los progresos en el arte del contrapunto y en el dominio del órgano condujeron a Zarlino a ser el sucesor de Adrian Willaert como maestro de capilla de San Marco tras la muerte de éste. Este importantísimo puesto (uno de los más relevantes en toda Italia) concedió notoriedad a Zarlino que se convirtió además en el teórico más influyente de su tiempo y en maestro de notables compositores como Claudio Merulo, Giovanni Croce o Vincenzo Galilei, el padre del astrónomo.

Todos los teóricos del Medievo y los de la primera etapa del Renacimiento confluyen en la figura de Zarlino. Con sus tres famosos tratados – Instituciones armónicas (1558), Demostraciones armónicas (1571) y Suplementos musicales (1588)-, el maestro veneciano pretende llevar a cabo una racionalización sistemática dentro del campo de la música, racionalización que alcanzaría su meta, casi dos siglos más tarde, en la obra de Rameau.

La gran revolución de Zarlino en estos tres tratados consiste en demostrar que aquello que le da consistencia a los sonidos que producen la música, y por ende, belleza, no es una relación de tipo arbitrario o convencional, sino una relación que se apoya en la naturaleza de las cosas y, en tanto que natural, racional. ¿De dónde proviene, pues, éste fenómeno natural racional que aporta belleza a los sonidos? Esta pregunta persiguió a Zarlino durante varias décadas hasta que, tras un intenso esfuerzo, dio en la clave: los sonidos armónicos, ellos son los que dotan de consistencia a los sonidos naturales.

Se hace necesario explicar aquí brevemente qué son los sonidos armónicos. Todo cuerpo que produce un sonido de vibraciones iguales (la cuerda de un violín, de un piano, la lengüeta de un clarinete, etc.) genera, aparte del sonido original, una serie de sonidos paralelos que van apareciendo en una sucesión temporal y que son siempre los mismos. Esta serie armónica es la que, por ejemplo, permite que cada instrumento tenga un timbre y un color diferente, ya que cada instrumento potencia sonidos diferentes de la serie armónica.

Este descubrimiento extraordinario revolucionó por completo y para siempre la música en Occidente. No sólo por las consecuencias técnicas que tuvo, al permitir la construcción de nuestro sistema tonal, sino además por el terremoto filosófico y estético que provocó. Se hace necesario recalcar, que sin la revolución del sistema tonal no hubieron podido nacer las grandes obras, hoy en día admiradas, de los genios posteriores como Bach, Beethoven o Brahms. Hay que recordar, que Zarlino no pretendía inventar nada nuevo; al contrario, su firme intención era la de retornar a la teoría musical griega, la cual, en su opinión, había sido alterada por los teóricos medievales. Todas las investigaciones del maestro veneciano fueron siempre dedicadas a encontrar un orden natural y que sea tan sencillo y racional como la propia Naturaleza. Por este motivo, los sonidos armónicos son el fundamento del nuevo sistema armónico, puesto que se hallan en la naturaleza y originan, por tanto, acordes consonantes que producen belleza.

Éste descubrimiento sirvió de guía a todos los teóricos de la armonía hasta Rameau; representa, además, la toma de conciencia por parte de los músicos prácticos, que empezando por la música profana, irán descubriendo la nueva fuerza expresiva que el recién descubierto sistema tiene y que tiene como consecuencia más directa una construcción formal mucho más sencilla y racional.

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