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El concepto de cultura política fue puesto en circulación a mediados del siglo pasado por los autores americanos Almond y Verba, coautores de “La cultura cívica.” Este concepto se refiere al sistema de actitudes y predisposiciones de un conjunto de ciudadanos o colectivo que sigue unas mismas pautas de acción-reacción hacia los hechos políticos y la sociedad. Antes de comenzar, es importante aclarar dos confusiones generalizadas en el uso de esta noción. En primer lugar, se ha de tener claro que el concepto de cultura política no equivale a una mayor o menor acumulación de conocimientos sobre la política: colectivos con escasa información política poseen su particular cultura política. En segundo término, hemos de argumentar que la cultura política es siempre un atributo colectivo que corresponde a un grupo y no a un individuo. Es decir, el individuo es poseído por la cultura política de su grupo. Estos autores, tras muchos estudios en diferentes países, esbozaron además tres tipos de cultura política que, según ellos,  se hallan inmersas en la mayoría de sociedades de estilo occidental. Estos tipos son: la cultura cívica o participativa, la cultura de súbdito y la cultura localista. Como bien indica su nombre la cultura cívica es aquella en la que los individuos introducen sus demandas en el proceso político, intervienen e influyen en el  gobierno y sus decisiones; por el contrario, la cultura de súbdito comparte una actitud pasiva ante la política, donde los individuos son meros espectadores conformistas ante las instituciones que los gobiernan; por último, tenemos la cultura localista en la que el sujeto ignora o tiene una vaga referencia sobre el sistema político, limitándose a relaciones superficiales con su grupo más inmediato.

Con la descripción de todos estos conceptos, mi pretensión es  ahora disertar sobre las relaciones entre cultura política, libertad política colectiva y el fracaso político de los sistemas políticos adjuntos a la órbita occidental. Como bien sabemos, por gracia de Don Antonio, la libertad política colectiva es la voluntad de los individuos para asociarse y elegir representantes por elección directa, generando el poder político suficiente para constituir o elevar un proceso constituyente. Pero resulta que esta libertad política se encuentra encarcelada por las culturas políticas que crean los grupos con el interés de mantener el “statu quo”. De los tres tipos de culturas políticas que hemos señalado arriba, la única que converge y compatibiliza con la libertad política es la de la cultura cívica o participativa. Sin embargo, en España y en la mayoría de países europeos y no europeos, las culturas políticas de uso son la del súbdito y la localista, culturas éstas establecidas sutilmente por el sistema de partidos, sus adláteres de la economía oligopólica y las corporaciones mediáticas dirigidas por magnates corruptos que a base de difundir argucias imponen a la ciudadanía un modo de vida alienado, ya sea en el aspecto material o espiritual. Desbloquear los frenos que impiden acelerar la cultura cívica en beneficio de la cultura de súbdito es la clave de bóveda para la emancipación política de la sociedad. Si no somos capaces de hallar el mecanismo de desbloqueo, que por paradojal que resulte, se encuentra  de seguro en la fortaleza social de la cultura cívica, será complicado hacer converger a los vectores socio-políticos de la cultura cívica con los de la libertad política colectiva. Mientras tanto, seguiremos en la misma mediocridad,  sorteando una crisis sembrada y abonada por las culturas de súbdito y localista, una crisis que pagan las clases medias y los indigentes con sus derechos sociales y su poder adquisitivo. Un gobierno en continuo estado de exacción contra su pueblo, un gobierno en continuo estado de corrupción que no respeta la libertad y la elimina en su conglomerado partidocrático. Nos dicen que su labor más obsesiva es la de sacarnos de la crisis para que vuelva el bienestar, pero es mentira, las metas a conseguir siguen siendo las mismas, enmascarar la verdad y la libertad con sucedáneos y  placebos para garantizar su  estatus social y desecar esa cultura cívica que ha de promover la libertad política como forma verdadera de estar y servir en la sociedad. Occidente y su cultura política, esa de la de unión de países, la de las entidades supranacionalidades, los multiniveles y todo ese otanismo, onismo  y unionismo europeo son estructuras burocratizadas que manejan aun la cultura política de súbdito y tienen alergia a abrir las ventanas de sus espacios de control, no vaya a ser, que la inspiración de los aires de la cultura cívica y participativa, les intoxique.

Las sociedades a lo largo de la historia siempre han fracasado de un modo u otro, aun  obviando el régimen político establecido; y así será en el futuro, lo cruel es que la ausencia de libertad política no deje asumir al pueblo su destino y responsabilidad ante el fracaso o la fortuna, y siempre sean unos pocos los que deciden el sino de la mayoría, pagando justos por pecadores.

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