Claro

Oscuro

por PABLO SEBASTIÁN

Algo de razón y mucho de coherencia tiene la denuncia lanzada por los artistas Santiago Sierra y Jorge Galindo en su acérrima crítica a lo que llaman “el timo de la Transición”. De hecho en el origen de la gran crisis económica, institucional y política del país subyacen las carencias democráticas del pacto de la transición, la ausencia de la separación de los poderes del Estado, la falta de controles democráticos y de una ley electoral representativa, lo que ha favorecido la llegada al poder de gobernantes de escasa calidad (de Zapatero a Rajoy, y sus respectivos gobiernos) con responsabilidades directas en la grave crisis social del país y en la “corrupción ambiental” del Estado.

El vídeo -que en estas páginas se reproduce- de Sierra y Galindo con un desfile de coches que exhiben por la Gran Vía de Madrid y boca abajo, la imágenes pintadas en blanco y negro del Rey, Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero y Rajoy, plantea una especie de “procesión del silencio” que se presenta como una feroz crítica a la versión rosada de la transición, donde no se ha dicho toda la verdad y donde se ocultan cosas esenciales. Como que en España no hubo un periodo constituyente, que el texto constitucional se elaboró en secreto por siete políticos y al margen del Parlamento y de la opinión pública, que se obvia la separación de los poderes -”Montesquieu ha muerto” dijo Guerra- , se “secuestra” la soberanía nacional y popular a favor de los jefes o aparatos de los partidos políticos, que son los que hacen las listas electorales y luego pactan los repartos del poder judicial y que incluye una ley electoral no representativa ni proporcional en la que los ciudadanos no eligen directamente a ninguno de sus gobernantes ni representantes (el Jefe del Estado, presidente del Gobierno, diputados, senadores, alcaldes, jefes autonómicos), cosa que, por ejemplo, no ocurre en Francia donde, directamente y por su nombre y apellidos, se eligen a todos sus gobernantes y representantes.

El argumento del pacto de la transición y sus beneficios, que los hubo, no era otro y no menos importante que la reconciliación nacional y recuperación de las libertades, partiendo del inmenso poder del franquismo, lo que obligó a renuncias importantes. Las que luego debieron de haberse subsanado durante sus mandatos González y Aznar, pero ambos más PSOE, PP, CiU y PNV no han querido avanzar hacia la Democracia para disfrutar del inmenso poder del régimen partitocrático imperante en España, hoy más que agotado.

“Los Encargados” de lograr la reconciliación y las libertades -con Suárez a la cabeza- lograron sus objetivos prioritarios, pero no la Democracia que quedó aplazada para mejor ocasión. Y esta no llegó porque nunca les interesó a los profesionales del poder y a los aparatos de los partidos, todos amparados por los poderes fácticos financieros, grandes empresas, grupos de comunicación y la larga influencia de el Vaticano y el gobierno EEUU, conformándose así todo un Régimen de poder, de pactos y repartos permanentes.

El que ahora, en la inclemencia de la crisis, aparece en su plena desnudez enseñando sus vergüenzas y carencias. Y ahí incluida la cohesión nacional, víctima de ese gran error de la transición que fue el Estado de las Autonomías, convertido en el imperio de unos taifas autocráticos, despilfarradores y corruptos, cuando no insolidarios y desleales a la unidad nacional. Porque cuando el sistema político español se clona y se proyecta sobre un territorio mas pequeño, como es el caso catalán, donde los poderes están encima y pegados a la sociedad el abuso del poder es mayor, el temor ciudadano reverencial y la pérdida de derechos y libertades palpable, máxime cuando en esos territorios impera el nacionalismo como doctrina superior a la vida (ha ocurrido en el País Vasco), la libertad, la democracia y la legalidad europea y nacional. “Los Encargados” autonómicos se han revelado en muchos casos como lo peor de lo peor.

Sobre todo esto y sobre la necesidad de reescribir la verdadera historia de la transición hay que reflexionar, para entrar en contacto con la realidad y recuperar la senda de la Democracia, sin la cual será difícil recuperar todo lo demás. La dura crítica de Serra y Galindo, por afilada e implacable que sea, es una una llamada de atención y una aportación que debe agitar conciencias, por estrambótica que parezca su procaz alegoría, y sobre la que habrá que pensar y reaccionar.

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