Claro
Oscuro
Se es de derechas o de izquierdas por pasión, no por raciocinio. Eso explica el extraordinario fenómeno de que la inmensa mayoría de las personas adultas son de derechas o de izquierdas sin saber dónde está, o cuál es, su diferencia. Antes de seguir con esta rancia reflexión sobre la división real y política entre derecha e izquierda, se debe aclarar que el centro sólo existe como modo de gobernar común a la derecha y a la izquierda. Porque conviene situar el poder dirigente de un grupo –que pretenda durar– en el término medio de los temperamentos o tendencias que lo integran. Todos los gobiernos, incluso los más dictatoriales, y todos los partidos, incluso los más radicales, han sido dirigidos desde el centro de sí mismos. Sin embargo, cuando un partido se califica todo él de centro, la palabra toma una dimensión ideológica para hacer creer a los demás que el grupo se identifica con el centro de la sociedad civil a la que quiere gobernar. Partido de centro significa entonces partido de gobierno moderado desde la derecha. La izquierda no puede permitirse el lujo de tener partidos que se llamen de centro. Para lograr ese mismo efecto, el socialismo ha tenido siempre que hacer gala de su discrepancia sustancial con el comunismo. El frente popular niega la posibilidad de un partido de centro para gobernar moderadamente desde la izquierda.
Hasta después de la Primera Guerra Mundial no había dificultad para distinguir la derecha de la izquierda. Las posturas sobre la religión, la propiedad y la escolarización privada ponían a cada cual en su sitio ideológico. Pero el aparente ocaso de las ideologías no se produjo, como se cree, cuando la tecnoburocracia dirigía a uno y otro lado del telón de acero la industrialización acelerada de las naciones, sino cuando los obreros alemanes del 14 tomaron el fusil contra los obreros franceses, o sea, cuando empezaron las terribles utopías. En pleno fascismo italiano se preguntan en Francia si todavía tiene algún sentido la división entre la derecha y la izquierda. A fines de 1930, Alain dio una respuesta ingeniosa que hoy ha devenido tópica: «el hombre que plantea esta cuestión no es ciertamente un hombre de izquierda». Su pensamiento puedo resumirlo así: es de derecha el héroe del orden y de la patria, por cuyo amor se absuelve la injusticia; es de izquierda el héroe de la inteligencia, por cuyo honor vive, cueste lo que cueste, según lo verdadero. Aunque el maestro de Simone Weill nos aclare enseguida que no hace falta ser muy inteligente y que, siéndolo, se puede traicionar al espíritu de la verdad 10 veces por día, no comparto su grata opinión de que en la izquierda está la única posibilidad de coherencia moral de la inteligencia. Pero sí su feliz intuición de que la derecha pone su prioridad en grandes valores que absuelven la injusticia.
Según Alain, ningún partido de izquierda habría estado presente en la transición española, puesto que ninguno ha transitado por el camino de lo verdadero. Quien hable de la necesidad de bajar a las alcantarillas del Estado, de manos sucias, de tragarse un sapo cada mañana, de mentir o delinquir por razón de Estado, no puede ser hombre de izquierdas, ni persona decente de derechas. Si la propiedad privada no se cuestiona por ningún partido, si todos reconocen la necesidad de enseñanza pública obligatoria, si la religión es unánimemente respetada como algo íntimo, la diferencia entre la derecha y la izquierda sólo puede estar en la posición idealista ante la libertad y la justicia. La derecha digna ama la libertad, pero no su garantía institucional; procura la justicia penal, pero no contra titulares de cargos públicos. La derecha social y la izquierda igualitaria son reconocibles en sus demagogias. Pero no puede haber un partido en la oligarquía estatal que sea democrático, porque ella admitió en su seno al partido comunista para que no hubiera una izquierda política.
LA RAZÓN. LUNES 7 DE FEBRERO DE 2000
Blog de Antonio García-Trevijano