Claro
Oscuro
El apoyo electoral al Sr. Fraga plantea, o debería plantear, serias cuestiones de orden moral y político sobre la naturaleza del régimen de poder que padecemos. ¿Por qué el pueblo gallego sostiene la ambición de un conspicuo defensor de la dictadura y violador de los derechos humanos? En el ambiente cultural de la transición, una reflexión de este tipo es flor de cacto que nunca lucirá en el ojal de los escritores de prestigio. Ninguno que se precie dirá la simple verdad descriptiva de los hechos. 0 sea, que esto no es una democracia. Que el pueblo no elige cuando refrenda una de las listas impuestas desde arriba. Que el Estado de partidos, como sentenció el Tribunal Constitucional de Bonn, no es representativo. Que el poder lo constituye un oligopolio de partidos. Que su funcionamiento exige la falta de control del gobierno, la impotencia parlamentaria, la dependencia judicial, el reparto de los medios ideológicos y de los empleos en función de las cuotas de partido, la corrupción institucional. Y que las ideas dominantes son pura propaganda de unos anticuados tópicos democráticos con los que se disfraza la realidad oligárquica.
Si los intelectuales no osan decir estas verdades irrefutables, no debemos esperar que la masa de electores, sujeta a pasiones más elementales, los supere en conciencia y valor. El temor de los intelectuales a nadar contra la corriente del oportunismo deriva de su necesidad vital de ver reconocido su talento por los que no tienen ninguno. Sólo pueden andar sin vacilar los que no temen caer en desgracia porque perdieron, o nunca tuvieron, la creencia de que la verdad sea un asunto que dependa, como el poder, de su reconocimiento público. La ilusión del pragmatismo terminó en los hornos crematorios y en la verdad social creada por la propaganda. El realismo político, que amputa la realidad virtual para perpetuar la realidad realizada, es desde entonces una ideología del cinismo social. El miedo a la soledad inhibe el pensamiento crítico a la vez que su expresión. Por eso denota malicia, inseguridad y falta de educación cultural el hecho, para mí escandaloso, de tener que dar explicaciones, por miserable que sea la sociedad que las exige, para justificar la expresión de un pensamiento justo o de una descripción exacta. Como la de que el Sr. Fraga fue casi toda su vida un autoritario fascista y, al final de ella, un dislocado oportunista que está donde siempre ha estado. En la realidad de la Autoridad y de la Administración única.
En el Estado totalitario o en la Autonomía – total. Después de convivir bajo un pacto de silencio sobre el pasado, impuesto a la memoria generacional por un concierto de voluntades políticas y editoriales, el partido de Aznar considera «casus belli» que el portavoz del grupo socialista haya recordado el pasado franquista de Fraga. Un pasado del que éste se siente orgulloso para escarnio de sus votantes «demócratas». Pero los espectros del pasado retornan a la escena, como en la célebre pieza de Ibsen, para dar sentido a los personajes de esta irrisoria transición. Una ambición común de reparto diluyó el antagonismo de los principios en un pacto entre las facciones socialista y franquista. Y ahora, cuando ya no tienen principios por haberse convertido en dos máquinas que rivalizan por el poder, no pueden soportar que se recuerde lo que eran cuando los tenían. La connivencia en la ocultación de su pasado permitió su convivencia futura. Mientras el franquismo residual necesitó del ‘olvido perdonavidas de los socialistas, era el partido Gonzalez quién tapaba las raices dictatoriales del partido Fraga.
Ahora, que el partido de Aznar es alternativa de gobierno, le amenaza con resucitar su espectro. Aquel pacto de silencio no tuvo causa moral o patriótica. La reconciliación política entre sentimientos adversarios no puede brotar, aunque se pretenda, de un pacto de la voluntad de olvidar. La ley del olvido obedece al imperio del tiempo y a la fuerza inconsciente de nuevos intereses vitales. Y nada fue inconsciente en el pacto de no hablar del pasado para salvaguardar posiciones personales de poder, contra el derecho de los pueblos a conocer la verdad de su propia historia. Todo pacto de secretariar lo público es un pacto contra la democracia. Así se explica el sentido de la transición. Un pacto de silencio sobre el pasado ha permitido que un jefe socialista haya hecho transitar al Estado y a la sociedad, en nombre de la libertad, desde Franco a Fraga.
EL MUNDO 18/10/1993
Blog de Antonio García-Trevijano