Claro
Oscuro
La unidad de la oposición a la dictadura, como medio de acabar con ella creando una alternativa viable de gobierno democrático, era una aspiración de los elementos sociales que, sabiéndolo o no, tenían necesidad de libertad política para desarrollar sus potencialidades o, simplemente, para vivir con decencia pública. Pero la realidad realizada (realismo) hace parecer utopía, en la cuestión del poder, a la realidad realizable. Mucho más que el miedo y los intereses creados, lo que da consistencia y duración al poder arbitrario constituido en el Estado, sea como dictadura o como oligarquía de partidos, es la debilidad del entendimiento para percibir la dimensión no realizada de la realidad actual. La idea de realismo opera en la conciencia intelectual al modo como el cinismo lo hace en la conciencia moral. Dos reacciones de una misma impotencia para valorar la parte virtual de lo real. Por realismo chato se aceptó la dictadura, se despreció a sus opositores y se fundó la cobardía nacional. Ante este crudo sentido del realismo, que los niños no tienen, la inteligencia adulta se refugia en los dos hábitos que digieren el mal actual. En la hipocresía, si es obtusa. En el cinismo, si es aguda. Dos vicios de la madurez realista.
Pues bien, ideé fraguar la unidad de la oposición a la dictadura, y triunfar donde otros habían fracasado, no porque me considerase más hábil que los demás para concertar voluntades ajenas -tal vez lo sea menos-, pero sí porque había visto en la falta de realismo inteligente la causa fundamental del fracaso de la oposición. No traté de unir lo que existía, por separado, contra la dictadura, pues eso no habría cambiado sustancialmente nada, sino de hacerlo operativo a través de una acción unitaria realista que rompiera las leyes políticas y creara en la sociedad civil una alternativa de poder democrático en el Estado. Las nuevas premisas de este neorrealismo eran dos hechos que socavaban irremisiblemente el realismo de aquel Régimen. La muerte de Carrero y la cercanía de la de Franco. Durante los dos años transcurridos entre esos dos acontecimientos físicos se produjo la acción política, digna de este nombre, que hizo imposible dar continuidad a las leyes de la dictadura. Sea cual sea mi vicisitud personal posterior, y aunque los historiadores a sueldo de esta Monarquía lo silencien, nadie podrá disputarme el honor histórico de haber sido creador y causante de aquella acción.
Si es cierto que aquella acción política no llegó a configurar la forma de Estado y de Gobierno que requería la democracia, tal como estaba concebido, organizado y comprometido en la Junta y en la Platajunta, también lo es que eso se debió al oportunismo que el tránsito de una realidad a otra ofrece indefectiblemente a la hipocresía y al cinismo para quedarse a mitad de camino. Sobre todo si ahí encuentran un ventorrillo de poder y riqueza que no es seguro de hallar en la meta. Gil Robles, González, Carrillo y Tarradellas, por egoísmo de partido o ambición de poder personal, encarnaron los vicios realistas de la madurez política. Hipocresía en la derecha cristiana: pedir «elecciones cuanto antes», es decir, sin libertad política y sin sentido de la realidad virtual. En caso de ruptura, la democracia cristiana habría recogido los votos de Suárez y los que le habría dado su coherencia. Virtualmente, era el partido gubernamental. Pero el realismo de ventorrillo la suprimió del mapa político. Cinismo de la izquierda socialista y comunista: simular que oía «ruido de sables» para justificar su pacto de ventorrillo en el parador de Suárez. Pero el realismo de Carrillo hizo del PCE un partido testimonial, y el de González metió al PSOE donde está. Sólo el realismo payés de Tarradellas consiguió lo suyo. Que no era la democracia en España, sino una posada estatutaria en Cataluña.
LA RAZÓN. LUNES 4 DE SEPTIEMBRE DE 2000
Blog de Antonio García-Trevijano