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El republicano recibe pasivamente la república, el repúblico la vive activamente. Con tal sencillez explica Don Antonio García-Trevijano la diferencia entre los que se consideran republicanos y los que se llaman repúblicos. De estas definiciones, fundadas en los conceptos clave activo y pasivo, podemos extraer una conclusión importante: ¿tiene utilidad el tratar de convencer al sujeto pasivo? ¿Puede un sujeto pasivo cambiar algo? Jamás un hombre que espera ha descubierto nada. La historia nos enseña que los grandes logros fueron alcanzados por personas activas, valientes, conscientes de la importancia que para sí tenían sus obras.

Por lo que sabemos, no somos un puñado de espíritus a merced de terceras voluntades, sino personas con voluntad propia, capaces de emprender grandes y pequeñas empresas mediante nuestro talento y nuestro esfuerzo. No espero que mis palabras conmuevan a quien jamás ha movido un dedo por sí mismo, a quien aguarda a que sean otros los que le resuelvan los problemas, a quien confía su porvenir a un presunto destino. ¡Cuánto sufrimiento! ¡Cuánta esclavitud mental! ¡Esos hombres no liberarán nada! ¡No cambiarán nada si ni siquiera son capaces de rebelarse contra su propia actitud! Es por esto que me resulta chocante que haya tanta gente que apele todavía al pueblo como un elemento con personalidad propia. ¿Cuál es la composición activa del pueblo? Lo limita Trevijano a tres excipientes: 33% de sujetos pasivos, 33% de sujetos indecisos, 33% de sujetos activos. Si el pueblo por su actitud se divide en tres partes, y si presuponemos que en el grupo de los pasivos no se encuentran ni los empresarios, ni los autónomos, ni los trabajadores por cuenta ajena, ¿dónde hay que plantar batalla para derrotar la apatía nacional y la enfermedad de lo que unos llaman pueblo y nosotros denominamos sociedad? La respuesta es clara: en aquellos grupos que ostentan el poder de la iniciativa. Jamás traerán la república constitucional los parados, ni los funcionarios, ni los jubilados, ni los adolescentes; unos porque no pueden, otros porque no quieren arriesgar lo que tienen, otros porque están cansados, otros porque son aún demasiado jóvenes e ignorantes como para entender lo que significa la asunción de tal responsabilidad.

Quienes apelan al pueblo como colectivo para la conquista de la república, demuestran vivir en el surrealismo, pues pasan por alto el concepto de oportunidad y el refrán que dice: “agua que no corre no mueve molino”. La idea de que esa sección pasiva e indecisa de la sociedad, cuyos individuos en muchos casos no saben siquiera establecer una distinción entre lo que es una democracia y lo que no lo es, ni conocen los fines de una verdadera constitución, pueda acometer una revolución política, es más que ingenua, perversa. No digamos de aquellos que creen que la república puede advenir de la mano de su peor enemigo, los partidos subvencionados de la monarquía partidocrática. El éxito de la república constitucional depende de la parte activa de la sociedad y de su complicidad con la sección indecisa. El primer objetivo de un aspirante a ciudadano debería ser la difusión de los principios de la libertad colectiva, la educación en los valores de la libertad y la instrucción en lo político.  Al poder establecido le interesa la ignorancia y la pasividad generalizadas, las dudas, el acorralamiento de cualquier individuo activo en la sociedad. La república en España sólo se establecerá cuando conozcamos su contenido y hayamos logrado convencer a todos los emprendedores, a los que se mantienen con su esfuerzo, a los que quieren prosperar, a los que aprecian su vida y valoran cada uno de sus logros. La república no es un fin, sino un principio al servicio del hombre, que es un fin en sí mismo. Que la dificultad de esta empresa no nos detenga nunca.

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