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Para entender lo que nunca podría ser entendido en un país civilizado, es necesario poner de relieve la indignidad y la felonía de la casta política española ante uno de los hechos más relevantes que puedan ocurrir en un Estado nacional. Me refiero a la indiferencia absoluta de los diputados de partido frente a una amenaza cierta e inminente de destrucción del Estado y a la criminal cobardía que supone el que un presidente de Gobierno no se sienta concernido ni obligado a responder al desafío separatista de Arturo Mas. Este desafío ha sido realizado a través del meapilas que le representa en el Parlamento, el cínico e hipócrita Duran i Lleida, a cuyos corruptos colaboradores tuvo que salvar Rajoy de la cárcel mediante sentencia pactada.

Rajoy, un cobarde patológico, es incapaz, cuando la unidad de la Patria está en peligro, de responder a la amenaza de su destrucción con la contundencia obligada. Como el resto de perjuros de la Transición, es una mente pequeña que sólo piensa a cortísimo plazo, es decir, de hoy para mañana, y que carece de plan de futuro alguno. Únicamente le importa conservar un poder que luego es incapaz de utilizar a costa de lo que sea. Su cobardía y su indecisión superan lo imaginable, hasta el punto de bajarse los pantalones ante la intolerable amenaza a España lanzada públicamente en el Parlamento por el portavoz del separatismo catalán.

“Frívolo, irresponsable y cobarde”.

“Frívolo, irresponsable y cobarde”, llamó Rosa Díez a este “desgobernante” timorato, incapaz de responder a esta amenaza intolerable a la nación, en lugar de explicar urbi et orbi que de seguir adelante con su proyecto secesionista,  al igual que Tony Blair en el Ulster, suspenderá la autonomía a Cataluña y pedirá a la Justicia el procesamiento de todos los sediciosos, que juntos y sumados no tienen media bofetada. Se salió por la tangente explicando lo que dice la Constitución y la ley -que están siendo sistemáticamente violadas en Cataluña- sin que mueva ni un solo dedo para hacerlas cumplir.

Pero si grave fue que Rajoy actuara como un pordiosero del poder, no menos indigna es la actitud de 320 diputados que viven como rajás de nuestro dinero y no representan ni al pueblo ni mucho menos a España. En el momento en que Rosa Díez tomó la palabra después de que el resto de portavoces ignoraran en sus intervenciones la más grave amenaza a la unidad española pronunciada jamás en el Parlamento, sólo quedaban en su sitio 30 diputados y un periodista en la tribuna de prensa: Pablo Sebastián. ¿Se puede admitir acaso que los diputados representantes de los partidos se ausenten del hemiciclo cuando habla la única persona capaz de reprochar a Rajoy su inaudita cobardía ante la amenaza directa de Duran i Lleida de proclamar unilateralmente la secesión?

¿Acaso no es un delito gravísimo amenazar al presidente del Gobierno, aunque se merezca el absoluto desprecio de todo el sentimiento español, con declarar la independencia si no obedece los deseos de ese payés mussoliniano de Arturito Mas? ¿Cómo es posible que unos parlamentarios -que aunque sean de lista y sólo representen a quien les puso en la misma- salgan del hemiciclo cuando se debate el tema más trascendente que ha llegado a ese Parlamento desde la infausta Transición?

La ignorancia de las leyes no exime su cumplimiento. Del mismo modo, la ignorancia y los diputados de lista lo son en grado superlativo de la naturaleza de su mandato de partido que, sin embargo, no les exime de la responsabilidad ante el pueblo español -pese su cobarde desidia- de la defensa de la unidad de España. ¿Acaso no es este un parlamento fascista donde en lugar de actuar y votar con el sentido común y en defensa de los intereses de España y de los españoles votan a las órdenes del duce de turno y huyen acobardados ante la prepotencia del fascismo catalán, unos caciques locales que han hecho del odio a España su modo de vida? Esto sólo puede suceder cuando ha desaparecido todo vestigio de nobleza y dignidad.

¿Acaso no se merecen el calificativo de traidores estos apátridas que para no escuchar la verdad huyen cobardemente? Porque apátrida no es sólo el que no tiene nacionalidad, sino también el que no siente su patria y es incapaz de defender la unidad de la nación que recibió de sus padres y de sus mayores. Estos trepadores que se enriquecen con el empobrecimiento de los gobernados y colocan a sus parientes y amigos a millares no merecen llamarse españoles: deberían perder la nacionalidad y marcharse del país.

¿Quién defiende a España?

“Sr. ministro”, -decía Rosa Díez a Cristóbal Montoro, el único representante del Gobierno que se quedó a escuchar la encendida defensa de España hecha por la presidenta de UPyD- “lamentablemente ha despejado usted todas mis dudas, son ustedes unos irresponsables y unos frívolos. ¡Venir aquí a decir que no pasa nada!, ¡que lo que está ocurriendo en Cataluña no es importante!, que lo importante es lo que dicen las leyes, no lo que pasa en realidad, ¡es usted un insensato!”.

“Ha llegado usted a decir, además, que no califiquemos este debate como una prioridad, ¿es que no es prioritario para el presente y para el futuro de España lo que está ocurriendo en Cataluña? ¿Pero usted en qué país vive? Vive en  un país donde, según usted, están subiendo los sueldos”. “Hay un órgano en Cataluña –el Consejo Asesor para la Transición Nacional– que trabaja con luz y taquígrafos para dinamitar el Estado, para perpetrar un fraude constitucional sí o sí en Cataluña. ¿En qué democracia cabe eso? ¿Y ustedes lo toman como un tema menor?”

Y el irresponsable de Montoro, para ocultar su vergüenza -si es que todavía le queda alguna- se rio de lo que es una afrenta anticonstitucional y antidemocrática  a los derechos de todos los ciudadanos. Pero no sólo es la cobardía y el insulto que representa para todos los españoles este proceder canallesco, es también la falsedad política y el cinismo moral.

Hace unos días, su indigno jefe Rajoy hizo unas declaraciones inauditas a un periódico vienés. “Soy consciente de que exigimos sacrificios a los ciudadanos, pero somos cuidadosos de repartir las cargas de forma justa”. Realmente Rajoy es un personaje no sólo mendaz, sino intrínsecamente perverso. Ha hecho recaer la totalidad del ajuste sobre los más débiles y sobre la clase media mientras despilfarra decenas de miles de millones en mantener a más de un millón de enchufados inútiles y 17 taifas con todos los elementos propios de un Estado; o en rescates bancarios de entidades inviables que deberían haber sido cerradas. Afirmar que las cargas se han repartido de forma justa es de una mendacidad y una perversidad pasmosa.

Montoro se ríe no sólo de Rosa Díez; se ríe de España y de los españoles; y se ríe afirmando con su cinismo habitual que lo importante es la economía. Una economía que ha destrozado arruinando el futuro de varias generaciones, algo que explicaré en detalle la semana que viene. Ha expoliado y empobrecido a los españoles como jamás había ocurrido en tiempos de paz,  hasta el punto de llevar a la miseria y al hambre a millones de personas y dañar seriamente a la clase media. Y lo que es más grave, ha endeudado tan brutalmente a las generaciones futuras y aniquilado el tejido productivo que se tardará 50 años o más en recuperar la esperanza de encontrar un trabajo digno y un nivel de vida como anterior a la crisis.

Pero Montoro se ríe porque, después de elevar los impuestos al mayor nivel de nuestra historia, da orden a la Inspección de sacar dinero como sea y levanta todo tipo de actas injustificadas, inventando lo que haga falta, aunque no sea legal. De un lado ha convertido España en un gulag del expolio a ciudadanos y pequeñas y medianas empresas y, de otro, en auténtico paraíso fiscal para las grandes empresas y las grandes fortunas.

Las grandes empresas tributan al increíble tipo del 3,5%, según los datos de la Agencia Tributaria, un tipo sencillamente escandaloso y el más bajo del mundo civilizado. Además, mantiene íntegras las sicavs que permiten a las grandes fortunas eludir la mayor parte de la fiscalidad; mientras, la presión fiscal en nuestro país sobre una familia de clase media con dos hijos es la más alta de toda la OCDE.

Rosa Díez trató el pasado miércoles de que el Gobierno dejara claro en el Congreso que la consulta soberanista en Cataluña es imposible, que actuara con toda contundencia ante un fraude legal y constitucional que se esconde tras la mentira del “derecho a decidir”, con el que los separatistas catalanes preparan la destrucción de España. No lo consiguió. El hatajo de irresponsables y cobardes que son los diputados de lista abandonaron el hemiciclo. Rosa hablaría a solo 30; es la dramática soledad de la verdad.

“La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Esta frase evangélica establece la estrecha relación entre la verdad y la libertad, pero a los miserables que representan a este régimen intrínsecamente corrupto nunca les ha interesado ni la verdad ni la libertad, sólo les importa su medro personal. Los dioses parecen haber abandonado esta tierra de apátridas, pero han sido precisamente las mujeres y los hombres que no se han doblegado ante la cobardía y ante la mentira quienes han construido moralmente la Historia.

Acabo de leer las últimas reflexiones de mi admirado Arturo Pérez-Reverte, que reflejan magistralmente la realidad de la España de Rajoy: “Quizás si esos muchachos de hoy que buscan en un juego de ordenador o en una película de vampiros a los héroes actuales estudiasen la expresión de su padre cuando, derrotado, vuelve a casa cada día después de toda una jornada buscando trabajo sin encontrarlo, la de su madre reventada de lidiar con la vida, la del hermano mayor que hace la maleta para jugársela lejos, en busca de un trabajo y un salario dignos, comprenderían que los verdaderos héroes son los que tiene delante”.

Esta es la España de verdad, de la que las oligarquías política y financiera han reducido a cenizas a varias generaciones, la del 55% de paro juvenil, la del endeudamiento masivo, la de la pobreza creciente con tres millones malviviendo con 307 euros al mes y el hambre de decenas de miles de niños. La España sin esperanza que no ve ni verá luz al final de túnel, la última gran patraña del desalmado de Rajoy. Y, mientras tanto, Montoro se ríe.

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