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“Hoy comienza una nueva etapa de la Historia de España. Esta etapa, que hemos de recorrer juntos, se inicia en la paz, el trabajo y la prosperidad, fruto del esfuerzo común y de la delicada voluntad colectiva. La Monarquía será fiel guardián de esa herencia, y procurará en todo momento mantener la más estrecha relación con el pueblo. 

La Institución que personifico integra a todos los españoles, y hoy, en esta hora tan transcendental, os convoco porque a todos nos incumbe por igual el deber de servir a España. Que todos entiendan con generosidad y altura de miras que nuestro futuro se basará en un efectivo consenso de concordia nacional”. (Juan Carlos de Borbón)

Los dos párrafos que encabezan este artículo corresponden con un extracto del discurso de coronación que leyó el actual monarca en 1975. Su mensaje dejaba entrever la naturaleza del régimen que se estaba fraguando a espaldas de la sociedad española. Sólo la primera frase es verdadera; el resto es una falacia: la declaración pública de un engaño que ha llevado a nuestro país a la situación actual. Sí, un fraude, porque España no depende de ninguna institución, ni es parte de nadie, España es un todo. La Nación española no se refunda con el consenso, ni con la voluntad colectiva, cuya existencia es imposible fuera de la democracia representativa, pues la voluntad es una facultad exclusiva del individuo. La permanencia de nuestra nación no se asegura con ningún contrato, porque la condición nacional española escapa a nuestra facultad de decisión; no podemos decidir colectivamente sobre ella, sino sólo sobre la relación personal que cada cual desea mantener con ella. Eres español porque has nacido en España o has cumplido con los requisitos legales para serlo. ¿Quieres renunciar a esta nacionalidad? Pues abandónala y busca otra existente, ya que jamás podrás destruirla si no es mediante una guerra. La España que conocemos, así como el resto de naciones del mundo, se ha gestado a lo largo de la historia por poder, con lucha y a costa de mucha sangre. No hay nación hecha a sí misma que no haya ofrecido antes semejante sacrificio. Guardar lealtad a España no significa que se acaten leyes y regímenes ilegítimos, sino que se respete lo que hemos heredado para que las futuras generaciones puedan disfrutarlo como nosotros en paz.

La lealtad no exige sacrificio; la fidelidad, sí. Quien guarda lealtad recibe mucho más de lo que aporta, mientras que el fiel sacrifica mucho más de lo que recibe. Sólo es moralmente aceptable ser fiel en el amor y por amor; fuera de ese sentimiento que nace entre individuos unidos por la llamada natural a la procreación y por la voluntad humana condicionada por la inteligencia, la fidelidad es inmoral. Ser fiel a un Rey, o a un Estado, o a un gobierno cualquiera imposibilita la práctica de la lealtad, porque impide la verdad de raíz. Para ser leal, hay que atenerse a lo real, a lo posible y a lo probable, en suma, a lo verdadero. La fidelidad te obliga a renunciar a todo ello.

Cualquier movimiento político o social que nos exija fidelidad, es corrupto, y por tanto inmoral, porque antepone unos fines ideológicos colectivos a la voluntad individual, que sólo es posible con la lealtad. No puedo ser libre si alguien me impone un proceso para mi libertad, porque la libertad es previa a todo proceso, como la Nación lo es a todo ciudadano. No hay régimen que se sostenga en la fidelidad sin acabar al filo de la destrucción, porque su esencia es falsa y malvada. Un acto de voluntad pasional sólo puede llevarnos a expresiones pasionales: “diadas”, contramanifestaciones en la Plaza de Cataluña, grandes congregaciones bajo símbolos ideológicos, batallas sentimentales que anulan al individuo  y lo llevan al nacionalismo, al terrorismo, a la exclusión, a la atrocidad inhumana. El régimen de Juan Carlos ha pretendido hacernos creer que la pasión construye a la Nación, cuando es la Nación la única que puede despertar nuestra pasión. Por eso somos víctimas de la frustración, de desencuentros apasionados, similares a los causados por el desamor, que nos sumen en un odio engendrado por la mentira, camuflada como verdad mediante la fuerza de la propaganda. “España es un concepto discutido y discutible”, dijo el presidente más tonto que ha gobernado este Estado de la subvención y la corrupción. La política no es como un partido de fútbol, España no es una final, sino un principio, como la libertad de los individuos y el respeto de los derechos humanos, esos que este régimen fiel a la traición y a la mentira destruye cada día por su deslealtad a la Nación.

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