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Quiero, primero, recordar que el consenso político significa la renuncia a toda ideología para la integración en el Estado socialdemócrata y la participación en el reparto de su poder y de sus privilegios. Para que haya consenso político, primero debe darse una traición y una corrupción ideológica. Fue y es el consenso el motor que impulsó el reinado de Juan Carlos, cuya monarquía fue instaurada por Francisco Franco. Como ya advirtió Don Antonio García-Trevijano en los años de la Transición: la corrupción sería factor de gobierno. Y así ha ocurrido. En España no se ha producido ninguna degeneración política, porque no había una generación previa. Lo que nace degenerado, sólo puede conllevar más degeneración.

Con anterioridad a la degeneración del Estado, había acaecido una degeneración del pensamiento político entre los años 1898 y 1930, aproximadamente. Fue el filósofo Ortega y Gasset el que afirmó que “España era un proyecto de vida en común”. ¿España un proyecto? Según la RAE, un proyecto es el designio o pensamiento de ejecutar algo. Designio significa “pensamiento, o propósito del entendimiento, aceptado por la voluntad”. ¿Cuándo España ha sido pensada? ¿Cuándo ha sido propósito del entendimiento? ¿Acaso España es resultado de la voluntad?

 

Para conocer el origen de España, por supuesto nunca pensada ni proyectada por nadie, jamás destino en lo universal (como defendía el falangista Jose Antonio Primo de Rivera, influenciado por Ortega y Gasset), debemos analizar la historia para la extracción de los hechos que fueron creadores, esos hechos de la historia que, junto con los condicionantes previos a todo hecho, como es la geografía, han dado como resultado la creación de la Nación y del Estado españoles. Hablamos de miles de hechos relacionados o no entre sí y sometidos al azar. Es posible que la realidad de España se deba más a hechos que a primera vista pudieran parecer insignificantes que a las grandes batallas y ceremonias que los historiadores nos suelen presentar como fundamentales.

Sólo si asimilamos la naturaleza creadora de los hechos sometidos al azar, podemos llegar la conclusión verdadera de que España es una realidad histórica y, por tanto objetiva. Lo que no ha sido proyectado, ni procede de la voluntad para su creación, tampoco puede ser destruido mediante la decisión colectiva. España no es materia decidible, por lo que ni siquiera todos los españoles juntos en referendo tienen derecho al suicidio nacional. ¿Por qué estas generaciones y no la de nuestros antepasados, tatarabuelos, bisabuelos y abuelos  han de gozar de tal potestad destructiva?

ETA ha sido la más coherente en este sentido, porque los terroristas vascos sabían que sólo su victoria en una guerra civil podría destruir España y posibilitar así la independencia de la región vasca. Su objetivo era provocar al Estado mediante el terror para que movilizara el ejército contra el País Vasco, con la ingenua creencia de que el pueblo vasco se levantaría en armas contra ellos. ¿Acaso no fueron los catalanes y los vascos los dos grandes pilares del franquismo? Si no, díganme ustedes cómo es posible que alcanzaran tal desarrollo económico bajo la dictadura. Desarrollo del que hoy, con el consenso y el nacionalismo separatista, ya no disfrutan. Efectivamente, si en España hubiera cordura política, sólo una guerra podría destruir nuestra Nación de más de 500 años. Sin embargo, la locura que padece España, consecuencia del consenso y la traición, de más de cuarenta años de mentiras y de una ignorancia convertida en epidemia, hace que la crisis de existencia pueda acabar en un suicidio nacional.

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