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Enlazando con los artículos precedentes, y para rebajar ínfulas en mente ajena (además de templar las propias), comenzamos hoy, sin preámbulos, citando a Santayana (1951): “el más inteligente de los hombres tan sólo posee imágenes y conceptos humanos tomados de un punto cualquiera del espacio y del tiempo, con una sensibilidad casual y un prejuicio moral. Su saber es una ficción ideal pintada con sus óleos vegetativos y dramatizada por sus pasiones privadas. Esto es tan cierto en lo que concierne a los conservadores, que no pueden concebir que la autoridad acatada por ellos esté equivocada, como refiriéndose a los más exaltados profetas o facciosos.” (1)

La anterior premisa de Santayana, tan sensata y evidente para conducirse por el mundo con ánimo de comprenderlo sin tratar de someterlo, imperativamente, a los propios prejuicios, no fue asumida por un puñado de hombres arrogantes cuyos osados pinceles psíquicos dibujaron los cuadros «psico-ideológicos» que nublaron las mentes predispuestas de millones de personas en la protestante Europa de la «Ilustración», del idealismo romántico y de las «psico-ideologías» del Poder y de la Historia. Todavía estamos pagando, y bien caros, los estragos causados por el frenesí de aquel puñado de hombres que creyeron estar estrenando el mundo. Sus falsos colores convirtieron al siglo XX en el siglo del fanatismo, la fealdad y los horrores.

En la undécima de las “Tesis sobre Feuerbach” (1845), escritas por Karl Marx, el más preclaro de los «psico-ideólogos prácticos» germanos, se muestra con desafiante claridad esta neonata arrogancia militante: “los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo” (2). Una «tesis» iniciática y fundamental que, como casi todas las de entonces, era y es radicalmente falsa, desmentida ya desde el ideológico Platón, quien, en el diálogo “República” (siglo IV a. de C.) defiende, precisamente, una suerte de «proto-comunismo» (“el Estado mejor gobernado es aquél en que más gente dice «lo mío» y «lo no mío» referidos a las mismas cosas y del mismo modo” (3), hace decir a Sócrates como personaje del diálogo).

Pero fue Immanuel Kant quien dio el volantazo radical en el pensamiento moderno de la Europa continental, con su obsesión autocomplaciente de llevar al terreno metafísico (ideológico) y a la esfera moral (como asunto «para-político») su idolatría «racional-cientifista», tomando el ejemplo, según sus propias palabras (1787), de “las matemáticas y de la física, que son hoy lo que son por efecto de una revolución en un solo momento hecha”.(4a)

En Kant, «la Razón» protestante pone bajo sus órdenes judicativas a su propia divinidad. La moral kantiana es una teología de un “Ser supremo”(5) o “Protoser”(6) que él mismo se fabrica con la oreja puesta en el pecho; es verborrea auto-convincente por auto-convencida; es religionaria superstición. Un ensimismado egotismo, narcotizado de sí mismo, que alcanza a la par paranoia y esplendor. Santayana, en su obra El egotismo en la filosofía alemana” (1916), nos dice: “la filosofía alemana es una especie de religión […]. Es la teología protestante racionalizada.”(7)

Escribió la Psique de Kant (1787) que en la física “se comprendió que la razón sólo descubre lo que ella ha producido según sus propios planes; que debe marchar por delante con los principios de sus juicios determinados según las leyes constantes, y obligar a la Naturaleza a que responda a lo que le propone, en vez de ser ésta última quien la dirija y maneje.”(4a)  Y que, en consecuencia, según  la Psique kantiana, había que “ensayar a ver si no tendríamos mejor éxito en los problemas de la metafísica aceptando que los objetos sean los que deban reglarse por nuestros conocimientos”.(4a) De esta forma, «la Razón», convertida en “su propio discípulo” (4a) y tras limitarse a sí misma en su alcance especulativo (Dios, libertad e inmortalidad del alma son inadmisibles para la razón pura), nos llenará de satisfacciones “tan pronto como lleguemos a convencernos de que existe una aplicación práctica, y absolutamente necesaria, de la razón pura: la aplicación moral.” (4a)

En la “Fundamentación para una metafísica de las costumbres” (1785), primero y, especialmente, en la “Crítica de la Razón práctica”  (1787), después, aquellos «objetos» que deben “reglarse por nuestros conocimientos” (4a) se convertirán en «sujetos». En seres humanos que, si han de ser «racionales», deben «sujetarse» a las leyes universales que dictamine una fantástica, tiránica y omnisciente «Razón» legisladora y religionaria, exenta de interés y de todo influjo material (o sea, una «Razón meta-sideral»). Eso sí: Kant nos advierte que su divina moral no supone “una teoría de cómo hacernos felices, sino de cómo debemos llegar a ser dignos de felicidad. Sólo luego, cuando llega la religión, sobreviene la esperanza de participar algún día en la felicidad, en la medida en que hayamos cuidado de no ser indignos de ella”.(6)

¿Por qué seguimos y seguiremos revisando el pensamiento de Kant?

En primer lugar, recordemos a Dalmacio Negro (2010): “El concepto de Estado como «Estado de Derecho» […] es quizá la mayor contribución de Kant al pensamiento políco-jurídico(8). En ninguno de los actuales «Estados de Derecho» de la Europa continental existe Libertad política como hecho de experiencia colectiva. Las Constituciones de esos Estados no son democráticas, ni mucho menos lo son las instituciones de la Unión €uropea social-€-burocrática (prefigurada también en el cosmopolitismo kantiano, aunque éste -¡cómo no!-, de alcance universal). Un Estado sin una Constitución democrática, dándose leyes a sí mismo, es el trasunto del «homo-autónomo» de Kant.

En segundo lugar, porque contribuyó decisivamente a consagrar el vicio intelectual de enclaustrar a la Libertad humana en el seno ensimismado del «yo» individual «auto-legislador» («autonomía de la voluntad»). De esta forma, por buscar donde no se encuentra, se quedó sin saber, como le ocurriría a cualquiera, además de «¿quién?» es ese «yo», en qué consiste la Libertad. Libertad que sólo puede aparecer (junto con el «¿quién?») en la relación interpersonal (en el «Inter-esse», como venimos denominando a esa recíproca relación). Al menos en esto, no pudiendo ser espiritualmente veraz, fue racionalmente sincero; escribió Kant (1785): “la libertad es una mera idea cuya realidad objetiva no puede ser probada en modo alguno según leyes de la naturaleza, ni tampoco, por tanto, en alguna experiencia posible; por consiguiente, como a ella misma nunca puede serle atribuido un ejemplo según alguna analogía, la libertad jamás puede ser concebida, ni tampoco comprendida. La libertad sólo vale como un presupuesto necesario de la razón, en un ser que cree tener consciencia de una voluntad.” (5) ¡La Libertad como un presupuesto de «la Razón»; la Libertad como un presupuesto de un presupuesto!

Y, en tercer lugar, porque el esquema o estructura de la ideología moral de Kant, de su «Razón práctica» proyectada al futuro, sirve muy bien de molde o modelo para acomodar en él a todas las «psico-ideologías» del Poder que, como moscas a la miel, le sucedieron.

 

(1) SANTAYANA, George. “Dominaciones y potestades” . KRK Ediciones. 2010. [ed. original 1951].

(2) MARX, Karl. “Tesis sobre Feuerbach” [escritas en 1845], en “Escritos sobre materialismo histórico”. Alianza Editorial, S.A.. 2012.

(3) PLATÓN. “República”, [escrita siglo IV a. de C.], en “Diálogos-IV”. Editorial Gredos, S.A. 2000.

(4) KANT, Immanuel. “Crítica de la Razón pura” (I y II). Ediciones Folio, S.A. 2002. [edic. orig. 1781].

(4a) “Prefacio a la segunda edición” . 1787.

(5) KANT, Immanuel. “Fundamentación para una metafísica de las costumbres”. Alianza Editorial, S.A.. 2012. [edic. orig. 1785].

(6) KANT, Immanuel. “Crítica de la razón práctica”. Alianza Editorial, S.A.. 2011. [edic. orig. 1787].

(7) SANTAYANA, George. “El egotismo en la filosofía alemana”. Editorial Biblioteca Nueva, S.A. 2014. [edic. orig. 1916].

(8) NEGRO, Dalmacio. “Historia de las formas del Estado. Una introducción”. El Buey Mudo, 2010.

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