Claro
Oscuro
El ministro del Interior demostraba que el objetivo no era aumentar la eficacia policial contra ETA, sino desplazar al nacionalismo de la gobernación del País Vasco, bajo el pretexto de su pacificación. Una simpleza de tipo militar que obligaba a identificar nacionalismo y terror. Una estrategia tan torpe, de quienes no siéndolo han parecido retrasados mentales, tenía que responder a otros sentimientos viscerales difíciles de reprimir en el Gobierno de los intereses, clases y categorías que antes sostuvieron la dictadura nacional.
La frustración no habría sido tan profunda si la cruzada no hubiera sido tan extensa, ni contado con el concurso impúdico de la intelectualidad. Ha pasado lo mismo que cuando para desalojar a Felipe González, bajo el pretexto de su indudable corrupción, muchos medios y personas de conciencia progresista, en lugar de abstenerse, pidieron el voto para el PP. Es fácil suponer que el primer partidario de la cruzada era Eta. Nadie le negará que hizo lo que pudo, con el atentado de Zaragoza y el coche bomba de cierre de campaña en Madrid. Si no había logrado su máxima aspiración (que se declarara el estado de excepción), esperaba que la invasión de los cruzados produjera en el PNV una reacción similar a la de una intervención del ejército.
La frustración de deseos anidados en la penumbra de los sentimientos se manifiesta incluso en los habituados a pensar con tino. El sentimiento natural de lo español era, en ellos, más profundo de lo que creían. De otra forma no se comprendería su actual resentimiento ante el fracaso de la cruzada española. No hablo de los que nunca apartaron de su conciencia la aberración de hacer incompatible la democracia con la unidad de España, sino de la enorme cantidad de buena gente que rechazó la afirmación de lo español para alejarse de la dictadura que lo tomó como identidad del vencedor. Ahora brota del inconsciente en forma de resentimiento colectivo. O sea, de un segundo sentimiento que busca justificarse en otra fuente de desilusión distinta de la real. Son las ilusiones infundadas las que crean desilusiones irracionales.
Era infundada la esperanza de que el ministro del Interior triunfara en el tema donde tanto había errado. Y hoy es fácil de comprobar, en los columnistas y opinantes de la derrota, que la desilusión no viene de una anterior ilusión de acabar con el terrorismo, sino de no haber cercenado la posibilidad de que el soberanismo del PNV utilice el pretexto de la negociación con ETA para dar un paso irreversible a la independencia de Euskadi. Esas personas creen estar tristes y desesperanzadas, y no resentidas, porque son generosas y no conocen que el más insidioso de los resentimientos surge del fracaso de las ideas o creencias en las que se vive. Pues el riesgo de secesión no lo crea, en España, el separatismo nacido de la libertad de asociación. Y lo diré.
LA RAZÓN. LUNES 21 DE MAYO DE 2001