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Nadie objetará la creencia de que el terrorismo es impropio de un país civilizado. Pero pocos aceptarán que donde se muestra la falta de civilización no es tanto en la barbarie del pequeño grupo que produce terror, como en la incultura que lo identifica con el sitio donde tuvo lugar el embarazo terrorista, o con la índole sanguinaria de los partos que genera. O sea, la incultura que aquí explica el terrorismo por su origen vasquista o por su sadismo congénito. Una incultura española que pretende anular la causa del terror combatiendo sus efectos. No otro fin persigue, ni otro sentido tiene, la acción policial.

Recorta las cabezas de la hidra y deja intacta la fuerza ideal que las regenera. El despiste es de tal envergadura, y su lógica tan errática, que se necesitaría un ensayo sistemático para explicitar el entuerto y reorientar la acción disolvente del terror hacia la causa que lo engendra. Se puede ver el disparate en su analogía con un ejemplo sacado de la antropología.

Durante millones de años, antes de que se descubriera el origen biológico de la paternidad, todos los pueblos se dieron explicaciones mágicas de la maternidad, que eran culturalmente tan válidas para ellos como para nosotros las científicas. La mujer era fecundada por la piedra donde estaba sentada, el árbol que la sombreaba, el río donde se lavaba, el viento que le daba de frente, la lluvia que la mojaba o el fuego donde se calentaba, cuando sintió el primer hálito de vida en su vientre. Los síntomas del embarazo delataban, por la cercanía del ENTORNO fecundador, al progenitor material de la nueva vida. La mitología reprodujo esas legendarias creencias populares. La ninfa Io, recostada en una roca, es poseída por una nube. Se entiende que el sentimiento del amor, como de la poesía y la religión, brotara del corazón femenino. Y que la primera reflexión de los hombres versara sobre los elementos naturales de donde procedían orden y vida.

Esta primitiva cultura, fundada en la potente lógica de la maravilla, no debe hacernos sonreír con aires de condescendiente superioridad. Pues no son de mejor calidad intelectual las ideas y los juicios que nos formamos en los asuntos que las ciencias no dominan. El sentido común suele estar basado en la fantasía de explicar los asuntos humanos por sus efectos personales, sin sospechar siquiera que tengan causas sociales.

Parece de sentido común que, si los terroristas actúan como delincuentes, sea la policía la única instancia que pueda neutralizarlos. Pero así se olvida lo ya sabido: que la delincuencia común además de móviles subjetivos susceptibles de represión, tiene causas culturales que requieren instituciones no represivas para eliminarlas. Al PP le han bastado pocos años de Gobierno para descubrir que el delito terrorista, además de móvil personal, no sólo tiene como causa material una entidad llamada entorno, sino que tal causa debe ser reprimida junto con los agentes de la materializan.

El fruto terrorista lo produce la rama más sombría del árbol divino de Guernica. Nacionalismo y terrorismo se hermanan en su paternidad arbórea. Se alimentaron de su vieja savia a la orilla de la ermita. Y crecieron como ramas divergentes que equilibran el soberanismo vertical del tronco.

En la del PNV germina el polen de la autodeterminación como derecho natural. En la de ETA, el de la autodeterminación como hecho de armas. Se necesitan en lo común, se repelen en lo específico. Pero éste no es el hallazgo donde aparece la analogía con la lógica de la maternidad en las creencias primitivas.

Lo que embaraza de terrorismo a la sociedad vasca es el ENTORNO físico donde se concibe, genera y reproduce la pollada etarra. Para el PP, ETA no tiene entorno social porque ella es el entorno de sí misma. Autogeneración mágica. Solución: encarcelar al entorno.

LA RAZÓN. JUEVES 2 DE AGOSTO DE 2001

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