Claro
Oscuro
Las grandes conmociones populares, como la producida por el atentado semítico del 11 de septiembre contra el esplendor de la más moderna de las civilizaciones arias, despiertan sentimientos atávicos que en épocas tranquilas yacen en estado latente. Uno de ellos es el temor ancestral de los ponentiscos países de la tarde a los levantiscos países de la mañana. Desde Caín a Bush, la barbarie está, nunca mejor dicho que ahora, al este del Edén. Las civilizaciones se han extendido en sentido contrario al de la rotación terrestre. Y corren parejas a la aparente órbita del Sol. En todos los lugares del mundo, la conquista del Oeste ha sido una cosa tentadora y familiar. Y la del Este, una aventura temeraria. Los nombres de Alejandro, Pompeyo, Napoleón y Hitler están históricamente asociados al fracaso de sus empeños bélicos a contrapelo de la luz solar.
Las culturas al oriente y al occidente de un mediodía no las determinan las posiciones geográficas de los pueblos, pero sí la dirección espacial del movimiento migrador que las expande. Pese a ser oriental para los pueblos más allá del Pacífico, la visión americana del mundo es occidental porque su civilización llegó del Atlántico. Todos los indo-europeos son occidentales porque sus culturas las comportaron las migraciones arias que, partiendo de Turkestán y Afganistán, colonizaron toda la tierra situada entre el Indus y el Atlántico, al norte de los semitas y camitas del este y oeste del Nilo.
La represalia de EEUU a su cuna indoeuropea, por seguir ésta respetando en Ben Laden la hospitalidad y generosidad que dieron personalidad civilizadora a la sociedad aria, comete la impiedad de un parricidio biológico y cultural. En un tiempo no demasiado lejano, el patrimonio genético de los americanos fue afgano. Las tres funciones de las sociedades occidentales (la religiosa, la guerrera y la económica), son herencia indoeuropea. Cuyos dioses crearon el olimpo de las mitologías griega, romana y escandinava. Y uno de ellos, Arya-man, refleja en sus atributos la escala de valores y los rasgos sociales de la sociedad aria. Cuya cohesión y duración asegura con la promoción de la amistad, el matrimonio, la alianza con la familia política, la libertad de circulación por los caminos, la hospitalidad al extranjero que rinde culto a los mismos dioses, los regalos y los intercambios. Es decir, las virtudes que hicieron prosperar las migraciones arias.
El hospedaje heroico ofrecido por los arios talibanes, con riesgo de su poder y de su propia vida, al semita islámico Ben Laden, culpable de causar un mal sin nombre a la familia lejana aria, está ensalzado en el poema védico a la bie- naventuranza de la amistad: «Oh Varuna, un amigo como Aryaman o Mitra, incluso un hermano, un familiar próximo o lejano, sea cual sea el mal que le hayamos causado, oh Varuna, perdónanos». El sustantivo «ari» o el adjetivo «arya» designan al extranjero afín; a los que están ligados por un lazo étnico nacional, más allá del parentesco y la amistad; a los miembros productivos de la sociedad; al señor de la casa que da hospitalidad y ofrece dones, al tercer orden (no sacerdotal y guerrero); al tercer estado; al pueblo llano.
Muchos comentaristas creen que el ataque de EEUU al país de Afganistán, movido por el temor ario al terrorismo islámico, está destinado a fracasar, como el lanzado contra Vietnam por temor al comunismo chino. Pero el trasunto de Afganistán no es análogo al de aquella guerra, ni puede ser reducido a una confrontación del occidente ario con el oriente semítico o a una lucha de los países ricos contra las causas mundiales de la pobreza, como si ésta lo fuera a su vez, del terrorismo internacional. La voz del Secretario de la ONU ha sonado más hueca que nunca. El terrorismo deriva de la ambición de poder y no de la pobreza.
LA RAZÓN. JUEVES 15 DE NOVIEMBRE DE 2001