Claro

Oscuro

Entre los mitos fundadores de pueblos, culturas y civilizaciones ninguno ha sido tan perseverante y fecundo como el mito de Occidente. El tiempo no le hace mella. Cuando perdió la vigencia mitológica, que le permitió sostener a las civilizaciones solares, se transformó en ideología de poder universal. Helenismo, romanización, cristiandad, colonización, capitalismo, y ahora globalización, no han sido tan sólo empresas occidentales, sino la expresión ideal de las razón civilizadora frente al mundo de la barbarie cultural. El mito de Occidente ha creado todas las ideologías racionales de la dominación mundial. La aspiración de Dante se está realizando. Occidente es ya todo el territorio de un planeta solar orillado a poniente del firmamento.

Toda guerra tiene necesidad de ser legitimada con ideas y sentimientos de carácter universal. Sin ser un desalmado, nadie acepta la fuerza bruta ni la agresión gratuita como modo de resolver conflictos internacionales o internos. La guerra goza de mayor aceptación que el terrorismo porque siempre ha encontrado, en sentimientos comprensibles, razones bélicas que el terror nunca tiene a su disposición para justificar el injusto arbitrio de sus atentados. Un acto de terrorismo puede constituir, no obstante, un legítimo «casus belli» si, y sólo si, lo comete, lo promueve o lo ampara un Estado enemigo del que lo sufre. Sin este requisito, la represalia militar antiterrorista contra un país extranjero, con la inevitable secuela de la mortandad de inocentes, nunca podrá ser una guerra justa, aunque la enormidad del agravio la haga parecer lógica.

Para lograr que la guerra contra Afganistán parezca legítima a todo el mundo, para convencer antes de vencer, Estados Unidos ha tenido que llevar a cabo dos empresas propagandísticas de carácter instintivo y de gran envergadura moral: hacer sentir a todos los Estados, como si fuera propia, la humillación imperial del 11 de septiembre; y universalizar el temor al peligro terrorista. Estas dos metas eran inaccesibles a la inteligencia racional del acontecimiento y al sentido común de la respuesta. Pero muy fáciles de alcanzar con la movilización mundial de los sentimientos de poder, miedo y seguridad que transmiten los mitos orgánicos. Especialmente el de Occidente.

El gobierno de los Estados Unidos ha exagerado los objetivos del atentado terrorista y los peligros de nuevos actos terroríficos. Y no por imprudencia, temor o idiotez, si no por la necesidad de transformar el viejo mito de Occidente en la nueva fuente ideológica de la globalización. La ideología del poder civilizador de los Estados, es decir, el mito de Occidente, ha declarado la guerra mundial a la bárbara ideología del contrapoder político, es decir, al terrorismo. La represalia militar contra el régimen talibán sólo significa el comienzo de la guerra de los Estados a su único y actual enemigo común. El movimiento antiglobalizador pronto será definido como entorno terrorista. La defensa de Occidente impone a los Estados de la Unión Europea una definición política del terrorismo que escape de la tipicidad del Derecho Penal. Terrorismo será a partir de ahora toda manifestación de contrapoder. La clase política se encargará de ello.

El atentado terrorista del 11 de septiembre alcanzó de lleno a la médula mitológica de Occidente. Todos los países capitalistas se vieron de repente en el punto de mira del terrorismo. Todos los Estados civilizados sintieron estremecerse en sus entrañas de poder el latido de la llamada a la sacrosanta defensa de Occidente. Rusia y Japón, como antes la carolingia Francia y la imperial España, se constituyen en la reserva espiritual de Occidente. En Afganistán tiene lugar una guerra mitológica. La del mito del poder estatal frente al mito del contrapoder político, la del mito del Estado frente al mito del terrorismo. Y como en los mitos, todos aprueban con el sentimiento lo que menos comprenden con la inteligencia.

LA RAZÓN. LUNES 19 DE NOVIEMBRE DE 2001

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