Claro
Oscuro
En medio del dolor desesperado que sufren los ciudadanos y entre los negros presagios que se otean en el horizonte político de EEUU, surgió un inesperado rasgo de buena educación. Los medios informativos, al preservar la dignidad del pudor ante la muerte, han roto su demagógica tradición de sensacionalismo, no añadiendo a las imágenes de destrucción física y daños materiales las que causarían daño moral insoportable a familiares y amigos de las víctimas, y rabia irrefrenable en la población. Por vez primera en el tratamiento de las catástrofes sangrientas, no se ofreció en espectáculo público la ristra de cadáveres descuartizados y miembros deshechos, que poco a poco se extraían de la escombrera humeante a que se vieron reducidos soberbios edificios de vida laboriosa, en Nueva York y Washington.
Ningún periodista o intelectual de prestigio ha protestado contra esta sabia medida, alegando la libertad de expresión y el deber de información, como ha osado hacer en este mismo diario un insensato demandante de aterramiento. El deber informativo es inseparable de la dicción de la verdad en el número de muertos y heridos. Pero no crea el derecho ni, en modo alguno, obliga a mostrar las imágenes de cabezas decapitadas, miembros amputados, cuerpos irreconocibles o bolsas de plástico con restos humanos.
¿Acaso no bastaba con imaginarlo para sentir náuseas del horror y sed de justicia inaplazable contra los culpables de semejante atrocidad? ¿Hay que añadir además imágenes que susciten fruición al sadismo o deseos ansiosos de venganza furiosa contra el mundo cultural del fanatismo religioso de donde emanaron, como ángeles exterminadores, los pilotos de Alá?
Los medios informativos se interponen entre los actos de terror y el conocimiento de los mismos por las personas alejadas del epicentro horroroso. Y entre el modo de comunicar la noticia terrorífica y las reacciones sociales que produce, se interponen las diversas actitudes de la gente ante el mal y las causas que lo ocasionan. Estas interferencias de factores sociales ajenos a las fuentes del terror, obligan a separar el acto terrorífico de las relaciones que lo integran, junto a todos esos factores, en el complejo y moderno fenómeno político llamado terrorismo.
En atención a su complejidad, y para comprender mejor la naturaleza del acto de terror vengativo que ha sufrido EEUU, estoy publicando esta serie de análisis sobre la diferencia que separa los actos de guerra y los de terror, el distinto carácter del terror vindicativo y del reivindicativo, el diverso alcance del terror ocasional y del continuado, la consideración del reivindicativo y continuado como uno solo de los cuatro elementos constitutivos del terrorismo, la introducción por la prensa del elemento aterrador y la variedad de reacciones sociales frente al terror en función de las actitudes personales ante el mal. La falta de estudios solventes en materia de violencia, terror y terrorismo, la vulgar confusión entre cultura y civilización y la novedad de lo ocurrido, obligan a la prensa a ser original.
Todo lo nuevo es difícil de entender, de saber y de valorar. Tiene el inconveniente de ser visto y juzgado mediante lo viejo sobrentendido, lo por de contado o consabido, lo consagrado por el valor moral o intelectual de las rutinas. A la novedad de un terror tan brutal como grandioso, los medios de comunicación han respondido con la novedad del humanismo, con la prudente reacción anti-sensacionalista y anti-aterradora de la sobriedad informativa. ¿Qué ejemplo para España! ¿Qué lección para el porvenir de la política humanista contra el terrorismo! ¿Qué clara conciencia de la función aterradora que hasta hoy ha cumplido la prensa! No hacía falta esta prueba para confirmar mi tesis de que el terrorismo integra también factores distintos del terror.
LA RAZÓN. JUEVES 18 DE OCTUBRE DE 2001