Claro
Oscuro
El crimen sangriento atrae la curiosidad sobre sus móviles personales y sus causas sociales o congénitas. Médicos y abogados iniciaron en el XVIII la reflexión que ha conducido a la ciencia de la criminología. Y nadie piensa que los criminólogos sean los apologetas del delito. No sucede igual con el crimen terrorista. Cualquier intento de comprenderlo intelectualmente corre el gran riesgo de ser tomado por apología política del terrorismo. Se pueden contar con los dedos de una mano los pensadores europeos que se atrevieron a unir sus nombres al conocimiento racional de las causas de violencia política en tiempos de paz.
Y ninguno de ellos se ha separado, en el análisis del terrorismo, de la senda trazada por la propia filosofía de la violencia: la del ingeniero Sorel para el sindicalismo, la de Corradini para el nacionalismo fascista y la del joven psiquiatra Fanon para el nacionalismo de liberación colonial. Mis reflexiones se apartan de este camino porque la violencia política, una forma de coacción propia del Estado y de la acción directa de variados tipos de oposición (desde los piquetes a los encierros o acampadas), no comprende ni explica al terrorismo nacionalista de un grupo organizado. Violencia y terror son, además, cosas bien distintas.
Califico a ETA de coherente, en el sentido lógico de esta palabra biensonante, para llamar la atención sobre el hecho de que su doctrina nacionalista, no su acción, es la única que está exenta de contradicciones y resiste la prueba de la consistencia. Prescindiendo de los dos elementos comunes a todas las teorías nacionalistas ¬el concepto orgánico de nación como proyecto y la necesidad de darle una identidad estatal¬, solamente ETA responde de modo coherente, aunque no sea consciente de ello, a las tres contradicciones doctrinales que no pueden, ni saben, resolver los demás nacionalismos operantes hoy en España. Me refiero, claro está, al derecho de autodeterminación; a la no distinción entre Independencia y Secesión; y a la coincidencia de las fronteras del Estado y las de la Nación española.
En primer lugar, ETA piensa con acertado realismo que la autodeterminación vasca no es un derecho previo que exista en la conciencia universal, sino un hecho que sólo puede imponerse por la fuerza. Dicho de otro modo: el derecho sólo podrá ejercerse si la acción del terror continuado lo impone.
En segundo lugar, ETA ha dejado claro que su objetivo es la Independencia de la nación vasca concebida como un todo, y no la mera Secesión de la parte sometida al Estado español. Así, evita la incoherencia de defender el derecho a la Secesión, como hacen todos los que hablan de la autodeterminación como derecho. Pues esto implicaría, necesariamente, el reconocimiento de que lo que se quiere secesionar tiene la condición existencial de parte; que esta parte está integrada en un todo español; y que ese todo está en cada una de sus partes. De otro modo la nación no sería algo orgánico. Lo que es inadmisible para un nacionalista.
En tercer lugar, y esto es lo decisivo, la reivindicación nacionalista de un Estado propio exige que la nacionalidad (un concepto ambiguo que se utiliza como eufemismo de nación y cuyo significado personalista precisaré en otro artículo) desborde las fronteras de un solo Estado.
Pues, en caso contrario, como sucede en la comunidad lingüística catalana, la autonomía cultural y las libertades públicas dejan sin motor sentimental al movimiento por la Secesión.
Cuando ETA incluye en la nacionalidad vasca a dos provincias francesas no lo hace por un sueño utópico, ni por un ánimo de grandeza imperial, sino para reunir, al menos en teoría, los requisitos exigidos por una nacionalidad para constituirse en nación aspirante a un Estado propio mediante la Independencia.
LA RAZÓN. LUNES 31 DE DICIEMBRE DE 2001