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Los nuevos fenómenos políticos tardan mucho tiempo en ser comprendidos. La inercia mental, la pereza en el análisis de las novedades, el predominio de las rutinas del pensamiento sobre las intuiciones, la evocación de los sentimientos que las viejas palabras prestan a los hechos nuevos, todo se confabula para que lo original sea visto como tradicional. Entre los factores que contribuyen al conservadurismo político ninguno iguala en potencia al de la mente retrospectiva, que juzga y valora las innovaciones con los patrones intelectuales y morales de las tradiciones.

La izquierda denota que se hizo conservadora desde que, a mitad del siglo pasado, dejó de crear conceptos y vocablos adecuados a las vicisitudes del capital y del trabajo en las modernas sociedades de consumo y de servicios. Aunque su visión del mundo actual difiere de la que forjó la lucha de clases bajo el dominio del capital industrial, sigue aplicando a las nuevas realidades las categorías, conceptos y vocablos creados entonces para designar los movimientos sociales en aquella fase histórica de acumulación de capital.

Uno de los ejemplos más notables de anacronismo terminológico y conceptual lo constituye la mítica expresión «huelga general». El caos que reflejan los medios de comunicación sobre lo acontecido el 20-J, la absurda disputa sobre cifras que prueben el éxito o el fracaso de la convocatoria sindical, se debe más al desconocimiento de la naturaleza de lo convocado que a las groseras exageraciones y mentiras de las impresiones provocadas por la falsa creencia de que los sindicatos estatales habían llamado, con su vocabulario anacrónico, a una verdadera huelga general.

Todo conocimiento científico empieza con una nomenclatura clasificatoria del fenómeno estudiado y termina con unas severas tablas de las leyes naturales o sociales que lo regulan. Hoy sólo trato del nombre que le corresponde al 20-J, en la amplia taxonomía de los movimientos sociales, como fenómeno «sui generis» de una sociedad industrial de servicios, consumo y asueto, dominada por el capital financiero, donde sindicatos y partidos están financiados por el Estado.

Basta recordar este contexto para saber que una auténtica huelga general, sea de inspiración revolucionaria o reaccionaria, no sólo es impracticable en el Estado de partidos, sino inimaginable en la mente funcionarial de los dirigentes sindicales. El único movimiento general que hoy no podría resistir el Estado burocrático de una sociedad de servicios sería la huelga de celo por tiempo indefinido. Una huelga de trabajo escrupuloso donde nadie presuponga que la rutina colectiva disculpa las responsabilidades individuales, y toda tarea sea examinada antes de ser expedida. Aumentar la seriedad en el trabajo y disminuir la productividad.

La nota característica de lo convocado el 20-J ha sido la combinación de la no asistencia por un día al lugar de trabajo, lo cual lo diferencia del tradicional día de paro en el tajo o huelga de brazos caídos, con la asistencia ferial a manifestaciones, desfiles y marchas de protesta indeterminada contra el Gobierno en las grandes ciudades, lo cual lo asemeja a una parada nacional.

La síntesis de inacción laboral y acción ciudadana ha fracasado porque la armonía entre el paro y la marcha era imposible de lograr sin el concurso de una gran ficción. La de las cifras. La expresión de movimiento en la inmovilidad de un gesto sólo está al alcance de las obras geniales del arte escultórico y pictórico. El 14-D la alcanzó, sin necesidad de ficciones, con la hermosura de la belleza moral. En el 20-J, la parada nacional ha prevalecido sobre el paro general. O sea, la antipatía hacia el Sr. Aznar sobre los motivos laborales de la convocatoria sindical.

LA RAZÓN. JUEVES 27 DE JUNIO DE 2002

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