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“El interés es aquello por lo que la razón se hace práctica; es decir, se vuelve una razón que determina la voluntad”(1). Así definió Kant, en 1785, al «interés». Pero este «interés» había de hacerse tan «puro» como aquella «razón» y esa «voluntad». Según Kant (1781) “cabe llamar razón pura a la facultad de conocer por principios a priori” (2) (es decir, “independiente de toda experiencia y de toda impresión sensible”(2)). La razón pura es práctica cuando, transmutada en omnisciente voluntad racional (pues “la voluntad no es otra cosa que razón práctica”(1)) prescribe leyes universales necesarias (morales por antonomasia) basadas en “principios que sean válidos para cualquier ser racional como tal” (1). Siendo así que “los únicos objetos de una razón práctica son […] los relativos al bien y al mal”(3) (1787); y que “la voluntad es una capacidad de elegir sólo aquello que la razón reconoce, independientemente de la inclinación, como prácticamente necesario, o sea, como bueno”(1).

Vaya, vaya,… y esa sapientísima «Razón» ¿no parece una especie de supremo ser tan presuntuoso como autosuficiente? Que respondan palabras de Kant (1787): “La razón, única instancia de donde debe surgir toda regla que deba entrañar necesidad […] para su legislación se requiere que precise presuponerse únicamente a sí misma”(3). Ya, entiendo,… Y al dictar leyes universales para todo «ser racional» ¿purifica a la voluntad? Vuelven palabras kantianas: “La ley moral es el único fundamento para determinar la voluntad pura (3); voluntad que, no olvidemos, es a su vez la «razón práctica» que dicta la «ley moral».

Una vez que, por presunción de «sí-mismas», han sido purificadas la «razón» y la «voluntad», pasamos a la purificación del «interés». Díganos, señor Kant:La razón sólo adquiere un interés inmedianto por la acción cuando la validez universal de la máxima de dicha acción supone un motivo suficiente para determinar la voluntad: sólo ese interés es puro.” (1). Y ahora, se pregunta Kant a sí mismo: “¿por qué debo someterme a ese principio en cuanto ser racional y debe hacerlo también cualquier otro ser dotado de razón?” (1) A lo que se responde: “quiero conceder que ningún interés me impulsa a ello, pues esto no proporcionaría imperativo categórico alguno; mas, con todo, he de cobrar necesariamente un interés en ello” (1). Vale; si usted lo dice…

 Ahora, añadamos más confusión y contradicción, no sea que nos excedamos con nuestra presupuesta pureza, pues, si bien “una voluntad a la que puede servir como ley, por sí sola, la simple forma legisladora [universal] de la máxima es una voluntad libre” (2), por otra parte, Kant nos advierte que esa libertad (como “independencia de la ley natural de los fenómenos”(3)), resulta inexplicable: “la imposibilidad subjetiva de explicar la libertad de la voluntad equivale a la imposibilidad de arbitrar y hacer concebible un interés que el hombre pueda adquirir por las leyes morales, sin embargo, el hombre adquiere de hecho un interés por ello” (1). Puesto que, como hemos dicho antes y ya expresamos en otro lugar [«XLVIII»], resulta que tanto la «libertad» como la «voluntad» son apenas concebibles presuposiciones de «la Razón»; una «Razón» que, a su vez, precisa “presuponerse únicamente a sí misma.”(3)

Pero esas objeciones no impiden que Kant insista en que “el hombre”(1), como “cosa o ser en sí”(1), tiene “conciencia de sí mismo como inteligencia, esto es, como independiente de las impresiones sensibles en el uso de la razón […y] se atribuye una voluntad que no deja cargar en cuenta nada de cuanto pertenezca simplemente a sus apetitos e inclinaciones” (1); y que esa «voluntad pura» es su “auténtico yo” (1). O sea: el «Yo-Hombre» (como «Ser-en-sí»= «Inteligencia pura»= «Razón práctica pura»= «Voluntad libre pura»), dispone de la dicha de legislar infalible y universalmente para «sí-mismo». Es el gran descubrimiento de la prepotente «psico-ideología» «germano-moral» del «gran Kant el cant»: la «autonomía» del «Yo-Razón-Voluntad»; la autonomía del «Yo» como racional «proto-divinidad».

En términos morales, los «entes racionales» humanos habían permanecido ciegos durante el discurrir de estúpidos y oscuros milenios, sin descubrir a ese «Yo-Hombre» que autolegisla universalmente según su propio «deber-ser», sin otro «interés» que su racional «auto-interés». Esto escribió Kant sobre este deslumbrante descubrimiento (1785): “No resulta sorprendente que, si echamos una mirada retrospectiva hacia todos los esfuerzos emprendidos desde siempre para descubrir el principio de la moralidad, vemos por qué todos ellos han fracasado en su conjunto. Se veía al hombre vinculado a la ley a través de su deber, pero a nadie se le ocurrió que se hallaba sometido sólo a su propia y sin embargo universal legislación, y que sólo está obligado a legislar con su propia voluntad [autonomía de la voluntad], si bien ésta legisla universalmente según el fin de la naturaleza. Pues, cuando se le pensaba tan sólo como sometido a una ley (sea cual fuere), dicha ley tenía que comportar algún interés como estímulo o coacción, puesto que no emanaba como ley de su voluntad sino que ésta quedaba apremiada por alguna otra instancia [heteronomía], a obrar de cierto modo en conformidad con la ley”. (1)

Considero que ninguna doctrina filosófica europea, en tanto antecedente e impulsora de lo que vino después, ha desencadenado jamás tantos destrozo e iniquidad como la inhumana «psico-ideología» moral hilvanada por la Psique de Kant. En ella, lo que no resulta obvio es prepotente delirio conceptual y destructora fantasía; un agujero negro de humanidad envuelto en oropeles de alquimia gramatical. Responde a «intereses» psíquicos germinados en la Psique kantiana y a la ingravidez moral y la arrogancia autosuficiente de una época exultante de sí misma. Es el pensamiento protestante germano que, creyendo huir de la superstición y disfrazándose de «idealismo trascendental», se abre paso rindiendo culto compulsivo a la Psique material que lo engendra; es el «Yo-Hombre» que se idolatra a sí mismo. Repentinamente, «la Pluscuamperfecta Razón» se presenta ante el mundo con la sabiduría religionaria de la vieja serpiente enroscada al árbol ancestral de la «Ciencia» del porvenir: “replicó la serpiente a la mujer: «de ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiéreis de él [el árbol que está en medio del jardín] se os abrirán los ojos y seréis como dioses: conocedores del bien y del mal” [Génesis 3, 4-5]. De la mano de «la Razón», se pretende moralmente progresar regresando al Paraíso de un legislador impersonal y legislación inmortal.

Pero intentaremos explicar mejor el efecto regresivo de todo esto en un próximo artículo. Cerramos hoy con las siguientes citas:

James Madison (1787): “mientras la razón humana no sea infalible y tengamos libertad para ejercerla, habrá distintas opiniones.” (4)

Santayana (1916): “Resulta así que de Kant, directa o indirectamente, los egotistas alemanes sacan la convicción que constituye su más trágico error. Su presunción y su ambición son antiguas locuras de la raza humana.[…] Kant, es decir, el alma existente en el interior de Kant, que estaba todavía un poco trabada en su expresión, fue el profeta e incluso el fundador de la nueva religión alemana.” (5)

Rüdiger Safranski (1987): “Kant, bajo cuyo impulso se habían alumbrado «los años salvajes de la filosofía», escribió con los ojos puestos en la Revolución francesa: «un fenómeno tal en la Historia de la humanidad ya no se olvida, porque ha puesto al descubierto un talento y una disposición hacia lo mejor en la naturaleza humana que ninguna sutileza de los políticos habría podido imaginar a partir de la historia anterior» […] Los acontecimientos que nosotros ya no podemos olvidar llevan los nombres de Auschwitz, archipiélago Gulag e Hiroshima. La visión filosófica actual tiene que mostrarse dispuesta a responder a lo que se manifiesta en esos acontecimientos.”(6)

Antonio García-Trevijano (2010): “La cuestión del «Poder», tema único de las revoluciones políticas, no es materia de opinión, sino de voluntad. La clase intelectual [Revolución francesa] se transformó por ello en clase política en el preciso momento en que dejó de ser opinante y se convirtió en decididora. En su primer acto de voluntad perdió la inocencia. Cayó en la culpa original de querer ser como el soberano, saborear la fruta prohibida, ser legisladora. Pues la «Ley» es una simple opinión a la que una «Voluntad de Poder» externa comunica fuerza coactiva.”(7)

Y en 2011, en España, tras el último plebiscito legislativo partidocrático, uno de los diarios que apuntalan al «Estado-Dinero social-€-burocrático» de Partidos, el «desinteresado» periódico El mundo, instaba al «desinteresado» jefe del Poder ejecutivo con el siguiente titular a toda página: “Rajoy tiene que legislar”.

De la mano del «Estado-Poder-Interés»… ¡de regreso al Paraíso de «la Ley» como «contra-Libertad»!.

 

(1) KANT, Immanuel. “Fundamentación para una metafísica de las costumbres”. Alianza Editorial, S.A.. 2012. [edic. orig. 1785].

(2) KANT, Immanuel. “Crítica de la razón pura” (I y II). Ediciones Folio, S.A. 2002. [edic. original 1781].

(3) KANT, Immanuel. “Crítica de la razón práctica”. Alianza Editorial, S.A.. 2011. [edic. orig. 1787].

(4) HAMILTON, Alexander; MADISON, James; JAY, John . “El Federalista” – “Capítulo X” [23/Noviembre/1787]. Fondo de Cultura Económica. 2ª Edic.-2001; 4ª Reimpresión, 2012. [Ed. original en dos volúmenes: 1.788].

(5) SANTAYANA, George. “El egotismo en la filosofía alemana”. Editorial Biblioteca Nueva, S.A. 2014. [edic. orig. 1916].

(6) SAFRANSKI, Rüdiger. “Shopenhauer y los años salvajes de la filosofía”: Tusquets Editores, S.A. 2011. [ed. orig. 1987].

(7)  GARCÍA-TREVIJANO, Antonio. “Teoría pura de la República”. El Buey Mudo. 2010.

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