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La realidad ha sido asesinada. La impostura ocupa su espacio. Lo curioso del asunto es que este omnicidio es más virtual que factual. Sólo lo perecedero puede morir y ser matado. La realidad, en cambio, es inmortal. No porque no muera, sino porque no tiene vida. La realidad ya existía antes de la formación de este extraordinario mundo que llamamos Tierra y permanecerá cuando ya no estemos aquí para observarla y tratar de comprenderla.

Sí es perecedera la impostura que hoy ocupa su lugar. Y lo es porque es un producto humano para consumo humano. Se la encuentra en todas partes aunque no está en ningún sitio. Pido un mitad en la cafetería y no la percibo; pero está allí en el papel impreso sobre la barra. En el mercado no la siento; pero suena un pitido en mi teléfono y ahí se manifiesta. En la oficina todo es normal; pero me aguarda en la pantalla del ordenador. Cuando llego a casa, la cena es tangible y apetitosa; pero me asalta desde la pantalla del televisor.

Umberto Eco describió el signo lingüístico como todo aquello que puede ser utilizado para mentir. La palabra que es verdadera es liberadora porque nos acerca a la realidad y a su comprensión. La que es fraudulenta, en cambio, es una cadena que aprisiona en la impostura.

La tecnología es la semilla de la prosperidad. Pero el mismo metal que facilitaba la caza de las presas que alimentaron a nuestros antepasados servía por igual para que se dieran muerte entre sí. Del mismo modo, las herramientas que hoy podrían llevar la verdad a todas partes se han convertido en el más eficaz método de transporte de la impostura. Ya advertía Virgilio hace dos mil años que el engaño es la más veloz de las plagas.

No analizaremos ahora si la impostura nace de la mala saña de los mezquinos o del mal tino de los tontos útiles al servicio de los anteriores. Pero sí importa que la impostura nos encadena y somete a un fraude que es presentado como una descripción de la realidad.

En los últimos meses ha quedado expuesta en absoluta desnudez la connivencia de intelectuales y grandes medios de comunicación con la clase reinante occidental en la defensa de los intereses de ésta última. Hartas de pagar banquetes de los que son excluidas, las masas le han dado la espalda a la pléyade de gobiernos, urdimbres de intereses, expertos, intelectuales y académicos que se posicionan y alinean con el poder establecido persuadidos de que sus dictados de lo correcto serán seguidos y nunca cuestionados.

Impostura es envolverse en la libertad y lamentarse de su ejercicio.

Impostura es presentar el brexit como fenómeno xenófobo y no como la reacción del pueblo británico que se niega a admitir que personas que no han elegido impongan –desde Bruselas– legislación que supone el sometimiento del Parlamento inglés que sí han elegido.

Impostura es llamar acuerdo de paz a la rendición al narcoterrorismo y pretender enseñarles a los colombianos –desde Europa– lo que deben pensar y lo que les conviene.

Impostura es murmurar que una buena relación de EEUU con Rusia provocará una guerra.

Impostura es describir como peligrosa para Europa la derrota en Italia de una reforma de su Constitución que hubiera convertido el 40% de los votos en mayoría absoluta. Eso no es una reforma constitucional, sino una reforma de la aritmética.

Impostura es hablar de separación de poderes cuando el Poder Ejecutivo tiene asiento en la cámara del Poder Legislativo.

La identificación de la verdad con la libertad no estriba en la voluntad de los individuos de ser sinceros o de mentir. La verdad es libertad porque la verdad es la expresión de la realidad.

La divergencia de la impostura con la realidad es la misma que existe entre las palabras y los hechos de los que nos gobiernan y de los que aspiran a hacerlo. Como sucede en una estafa, el estafado llega a serlo porque da la espalda a los hechos desnudos y abraza palabras harapientas.

El sueño setentayochista debe despertar a la realidad. Para salir de esta pesadilla basta con abrir los ojos.

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