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He esperado a que pasara el Año de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, para hacer una crítica moral a la misericordia desde el punto de vista senequista; y más en concreto a partir de lo que nos dice nuestro Lucio Anneo Séneca contra la misericordia en su interesantísimo ensayo incompleto De Clementia. Para Séneca, primer filósofo español, la misericordia es una enfermedad del alma. El hombre bueno es clemente, no misericordioso. Misericordioso sólo lo puede ser Dios, y es una desfachatez y un loco engreimiento la misericordia entre los humanos. El propio Salmo 32 nos dice: “Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti”. El sabio vendrá al auxilio de las lágrimas ajenas, pero no se unirá a ellas. Dará la mano al náufrago, hospedaje al desgraciado, vestido al desnudo, limosna al pobre, y no como suelen darla muchos que se tienen por misericordiosos y más bien afrentan a quien socorren con su antipática altanería de “los buenos”. El hombre clemente hace el bien con la mente tranquila y su gesto de siempre. En el fondo, el misericordioso responde a una dureza casi inhumana. El hombre clemente imita a los dioses, para quienes no hay ley, en cuanto que ellos se exigen moralmente más que la ley.

Frente a la misericordia, Séneca no sólo opone la clemencia, sino una disposición interior del ánimo que ve en las faltas, locuras y desgracias de los seres humanos campos más de comprensión que de solidaridad, y que él llama “magnitudo animi”. El senequista San Martín de Braga sigue esta misma idea en su Formula vitae honestae, llamando a la “clementia” magnanimidad, una de las cuatro virtudes fundamentales para conseguir un plan de vida recto. La clemencia es un sentimiento natural, más o menos intenso según la inteligencia y la buena disposición interior; la misericordia, por el contrario, es una programación social, una pose ante la sociedad, un espectáculo público; un valor adquirido. Sólo quienes han caído en la degeneración de la crueldad, a base de una programación social, no son clementes. Los crueles pueden practicar la misericordia, pero nunca la clemencia.

Se es clemente sin esfuerzo; la misericordia sí exige esfuerzo. Ahora bien, sólo la interiorización consciente de la clemencia pueda hacerla adquirir su verdadero valor casi divino. La clemencia repara en la persona del sufriente y no cierra los ojos ante las causas del sufrimiento, aunque las disculpe; la misericordia sólo alivia las llagas, sin importarle el llagado y las fuentes de sus llagas. La aplicación de la ley, bajo la guía de la clemencia, está marcada por la moderación, y se inclina a la comprensión, casi a la epieikeía griega. La clemencia es el único medio de crear un clima de confianza.

Séneca había tenido relaciones adulterinas con una hermana de Calígula, por lo cual fue desterrado a Córcega, y esta aventura si no le hizo nunca misericordioso con los mujeriegos y lascivos, sí le hizo clemente. De Clementia es un verdadero tratado político, que fue altamente apreciado durante la Edad Media y considerada como una especie de “espejo de príncipes”, género que con tanta tenacidad llegó a cuajar y a contribuir a fijar la imagen del príncipe ideal.

La equivocación de Séneca fue ver en Nerón la imagen del príncipe clemente por antonomasia. Pero eso parecía Nerón los primeros meses de su reinado, antes de que matase a británico. Y es que el propio Séneca confundió las primeras misericordias realizadas por Nerón con el propio espíritu de la clemencia. Y es que no se trata de “quibuspiam prodesse”, sino de “omnibus prodesse”.

Quizás ahora, después de haber terminado el Año de la Misericordia, fuese conveniente iniciar un año más racional e igual de virtuoso, el de la Clemencia. Clementia liberum arbitrium habet; non sub formula sed ex aequo et bono iudicat.

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